Por Osvaldo Principi / LA NACIÓN
La vida de Jeremías Ponce, de 22 años, está llena de ilusiones y fastidiosas rutinas a la vez. Una contradicción que entrelaza la esperanza con lo tedioso en su destino deportivo. Piensa en todo lo bueno que podrá darle su título argentino welter junior y aguarda recoger, a mediano plazo, los primeros frutos que promete darle la profesión de boxeador.
El cinturón nacional en los 63,500 kilos, su récord invicto de 22 victorias (15 KO), su 15° puesto en el ranking mundial de la Federación Internacional de Boxeo (FIB) como desafiante de Iván Baranchyck, un bielorruso ganador de 19 combates que no convence al ambiente, lo convirtieron en el proyecto más interesante del pugilismo nacional. Incluso fue elegido por LA NACION como la “Revelación 2018”.
Conformó una dupla férrea e inquebrantable con su entrenador Alberto Zacarías -hijo del mítico Santos Zacarías- con quien dio sus primeros pasos en un gimnasio. Y del mismo modo que el inolvidable Santos lo hizo con Sergio Palma y Juan Martín Coggi, a quienes llevó desde el inicio hasta la consagración, Alberto es ahora quien pretende remozar tal historia con él. En base a cuidado, cautela, análisis de rivales y desventuras por sortear, avanzan y evolucionan juntos. Como entrenador y como pugilista. Y esa alianza los ha fortificado como a ninguna otra pareja del boxeo local.
Están fuera del circuito de proveedores de las reuniones televisadas que distribuye a sus inversionistas la Federación Argentina de Box (FAB). Y ello les da margen para crecer en modo seguro y oportuno. Les permite esperar la mejor oportunidad en el momento justo. Descartaron momentáneamente viajar a Los Angeles para trabajar con Sebastián Contursi (manager de Brian Castaño) e ingresar en las pantallas de Fox y Showtime. Desmenuzan una propuesta para dirimir con el puntano Leonardo Amitrano, por el título sudamericano de la categoría, por una solicitud de los popes máximos de la FAB. Postergaron el ofrecimiento de Top Rank para pelear con el ruso Maxim Dadashev, el 23 de marzo próximo, en Estados Unidos, por ESPN. La industria dolarizada y las grandes empresas comienzan a poner su atención en Ponce. Y comienza a sentir todo esto en carne propia.
Flaco, alto, de boxeo lineal. Con remate letal en el achique de distancias. Su gran disciplina y conducta personal potencian su eyección pugilística. De estilo comercial y atractivo.
Mientras tanto, aquí, Jeremías sigue su marcha. Casi en modo monótono. Mañana volverá a tomar el ferrocarril Roca, el viaje diario desde su José Mármol natal hasta Rafael Calzada para pelear nuevamente ante un rival anónimo e incómodo: Ramón Sena. En esas peleas de pocos flashes y mucho aprendizaje. Olvidadas en el armado del peleador de estos días.
Con sus manos y sus ganas de prosperar empezó a levantar su primera vivienda junto a Iara Altamirano, su novia y boxeadora profesional. Hoy hubo descanso. Día de pesaje y pausa para el balde y el “cucharín”.
Ponce aprendió a convivir con la cautela y la paciencia. Está agazapado y aguarda el instante preciso para su conversión de promesa a realidad. Y ese pase, que es lógico pero parece mágico, no admite errores. Requiere de una victoria brava y valiosa para refrendarlo. Y para ello hay que saber esperar el momento justo. Aunque lo siga abrumando la rutina.