Por Cobra de Detroit
Si imaginamos una máquina asesina, salvaje e impiadosa, estamos describiendo perfectamente lo que Mike Tyson era hasta aquella noche del 2 de febrero de 1990, donde en Tokio, enfrentaba al ignoto James Douglas poniendo en juego su cetro mundial de los pesados en versiones AMB, FIB y CMB.
Cabe destacar que era tal la disparidad entre ambos púgiles, que las apuestas se encontraban 42 a 1 en favor de Tyson, que ya con Don King en su equipo, comenzaba a tener problemas en su vida personal, a lo cual se sumaban los rumores de que su preparación para la pelea no había sido la óptima.
Por el lado de Douglas las cosas tampoco eran mejores, ya que semanas atrás había fallecido su madre, hecho por el cual, llegaba al combate anímicamente afectado.
La campana sonaba en el Tokio Dome, y la contienda empezaba con un Douglas llevando sorpresivamente las riendas del combate, no solo logrando mantener la distancia gracias a un correcto uso del jab, sino que también colocando buenas y certeras combinaciones sobre la humanidad del campeón.
De esta manera, y ante la sorpresa de los aficionados, Douglas no solo sobrevivía a la mitad del combate sino que también se posicionaba arriba en las tarjetas.
Llegada la sexta vuelta, Tyson comenzaba a esbozar una mejora, la cual casi logra plasmar en el resultado, cuando en los últimos segundos del octavo round, y gracias a un terrible uppercut de derecha, logró mandar a Douglas a la lona, el cual pudo retornar al combate no solo gracias a su valor, sino también a lo que muchos consideraron una exageradamente lenta cuenta de protección de parte del árbitro.
Cuando todo hacía parecer que Tyson lograría torcer el camino en su favor, un revitalizado Douglas regresó para poner en aprietos al campeón, situación que alcanzó su cenit en la décima vuelta, donde tras lanzar una serie de jabs, el retador logró conectar un certero uppercut que conmovió profundamente a Tyson, quien terminó de desmoronarse tras una certera y potente combinación de golpes.
La escena concluye con el campeón luchando vanamente por levantarse y sucumbiendo ante la cuenta del árbitro, el desastre ya se había consumado.
El gigante había sucumbido, y los aficionados estupefactos no lograban entender lo que había sucedido, el temible noqueador había sido noqueado, y el nuevo campeón yacía envuelto en un sentido llanto, que desahogaba quizá las penurias por las cuales había pasado en los días anteriores al combate.
Aquella noche, fue la más importante en la carrera de James “buster» Douglas, quien nunca más logro una performance semejante, mientras que para Tyson vendrían momentos aun más oscuros que aquella noche de Tokio.
Por aquellos días, no pocos comentaban que de haber Tyson cuidado su preparación, el resultado seguramente hubiese sido distinto, atenuante que no quita lo que, como algún famoso comentarista dijera al finalizar el combate, fue la sorpresa más grande ocurrida en la historia de boxeo.