Se sienta en la terraza de un bar de Palermo y lo primero que pregunta es si tienen algo para comer. Es que el primer secreto de este personaje que ante los micrófonos se siente igual de cómodo que dentro de un cuadrilátero es que no puede controlar su humor cuando tiene hambre. No se dio cuenta solo. Se lo hicieron notar y tuvo que aceptarlo. Es que a este ídolo de multitudes, que supo soportar la presión de las expectativas de un país sobre sus puños, un par de sanguches de miga y unos mates levemente endulzados pueden cambiarle el estado de ánimo de un momento a otro. Es que este hombre de 44 años sigue siendo el mismo nene que a los tres años fue al almacén del barrio a pedir que le regalen el pan para, luego de ponérselo bajo el brazo, ir a pasear y caminar por el mundo. Sin importar que era su realidad estaba destinada a vivir en lo más profundo de Florencio Varela. Ese día, a pesar que fue encontrado después de siete horas de búsqueda desesperada de la policía, Sergio ‘Maravilla’ Martínez supo que sus límites no los demarcaría su pobreza, sino sus ganas de superarse.

-¿Disfrutás de la comida ahora que te retiraste del boxeo?
-Antes tenía menos tiempo.

-¿En qué sentido?
-Para todo. Tenía menos tiempo para vivir. Era insoportable. De veras. Vivís arriba de un Fórmula 1 y no parás nunca. No se aguanta.

-¿Cuándo llegaste al primer nivel imaginabas lo que te pasó? ¿O te desilusionaste?
-Estar en la cima tiene muchas cosas positivas, pero también unas contras brutales ser campeón. Yo quería ser campeón para poder tener repercusión mediática para pelear por varios millones. Lo que no sabía era lo que viene detrás de eso, que es insoportable. Tenés que aceptarlo. Como por ejemplo que te invadan la privacidad y que todo lo que digas o dejes de decir se ponga en tela de juicio.

-¿Tu llegada a las primeras planas fue después de la derrota con Paul Williams?
-Ya hablaban de mí como un asunto serio. Se decía que no era un argentino que iba y desaparecía mañana, sino como que llegaba para quedarme. Así fue una nota que me hicieron en The Ring “Sergio Martínez vino para quedarse”. Estuve en Estados Unidos siete años y medio. Ahí desde 2007 que llegué a seguir para instalarme. Hasta que pasó lo de Chávez…

-¿La repercusión de esa pelea fue tan grande como la imaginaste?
-Nunca me hubiese imaginado que iba a tener esa repercusión. Para mí fue un combate que estuvo bueno, pero cuando vine a Argentina me enteré de lo que pasó en cuanto a repercusión. Era importante salir en primera plana de todos los diarios de Estados Unidos, pero ni por asomo me iba a imaginar siquiera que iba a tener la repercusión que hubo en este país. Para mí la gente va a recordar ese día como una fecha importantísima.

-¿Qué es lo que más se extraña del boxeo?
-La disciplina que tenía. Ahora me levanto a cualquier hora, me acuesto a cualquier hora, desayuno a cualquier hora. A veces desayuno a las siete u ocho de la tarde, porque estoy ocupado, y tomo la merienda a las cuatro de la madrugada. No tengo orden en ese sentido y el boxeo me da un orden y una prolijidad que es espectacular. A mí me encantaba.

-¿Y la adrenalina que sentías con el boxeo la sentiste en otro lado?
-No, porque no había mucha adrenalina. Subir al ring era llegar a mi hábitat natural. Lo que si había era una prolijidad, y esa prolijidad traía difusión. Yo siempre tuve fama, incluso en Estados Unidos, de ser un tipo muy prolijo, un tipo muy limpio, muy correcto y eso estaba bueno. No me van a ver a mí cruzando el semáforo en rojo, peleándome en la puerta de una discoteca emborrachándose. No voy a hacer tonterías así. Ya estamos cansados de ver eso, se ve en todos lados. Eso sí que se veía, eso sí que estaba bueno. Lo que si puedo echar de menos un poco es que durante diez semanas sé que me levanto a tal hora y me acuesto a las X horas. Esa prolijidad extraño. ¿Y qué pasa en el día cuando llega la décima semana? Soy una súper máquina, física y mentalmente. Solo siendo un boxeador de élite se puede preguntar cómo se siente y ser un boxeador de élite que cambia.

-Y ahora me contaste que para la película que hiciste llegaste a pesar cien kilos… ¿Cómo se siente cuando estas en un nivel top de entrenamiento?
-Suena raro lo que voy a decir. Pero me pasó la primera vez que gané un título importante, que fue en Inglaterra. Por momentos sentí como que el mundo transcurre más lento. Todo el mundo se mueve más lento. No sé. No solo me pasaba en el ring, también me pasaba afuera. Yo llegaba antes incluso con las ideas y los pensamientos.

-Quizás hay que invertir la carga, y el que estaba más rápido eras vos…
-Es que no notaba que yo estaba más rápido, sino que yo era el mismo, pero de repente el mundo estaba más lento. Me pasaba a mí que aumentaba la sensibilidad, era más más sensible para muchas cosas. Te cambia la vida.

-¿Y se te subieron los humos?
-Nunca me pasó. Siempre tuve un objetivo y estuve detrás de ese objetivo sin mirar alrededor. Si se te suben los humos perdés la visión. Siempre fui el mismo Sergio Gabriel Martínez, de Claypole, Quilmes o Florencio Varela. Nunca va a faltar esa persona que diga “uff, este cambió”, pero por lo general el que te dice eso es porque realmente no te conoció y ya viene con un preconcepto.

-¿Cómo te llevás con el ego?
-El ego es algo que necesitamos, no es malo. El problema es cuando el ego nos supera, cuando dejamos que el ego nos supere. El ego a mí me dice que yo tengo 26, 27 años cuando me miro al espejo y que estoy listo para volver a boxear. Después yo tengo que agarrar al ego y decile: “Vení boludo, sentate, vamos a hablar. No tenés 26 años, tenés 44 y ya no podés boxear así como antes”. Es decir el ego tiene 20 o veintipico de años, tiene una fuerza sobrehumana y hay que saber controlarlo. Siendo campeón mundial es muy difícil controlar el ego. Es difícil para un campeón, porque el campeón cree que todo lo puede.

-Lo que te pasó en la pelea con Miguel Cotto…
-Con Cotto me pasó por cabezón más que por ego. Fue por cabeza dura. Nadie me dijo que no peleara, pero el problema fue que en ese momento tenía mucha gente alrededor pero muy poca gente adelante para frenarme. Era el jefe y me decía «déjame. Yo me concentro y me pongo a trabajar y me concentro y hago esto». Y resulta que no lo podía hacer, aunque estaba empecinado en hacerlo.

-¿Quién te enseña a cómo manejarte siendo tu propio jefe?
-La vida deportiva te enseña. Sabiendo que sos tu jefe, pero que le pagás a alguien para que te dé ordenes. Es raro. Pero la propia vida te enseña.

-Pero en el boxeo la confianza en el rincón debe ser extrema, porque ellos son los que deben tirar la toalla… ¿Te pasó en algún momento de perder esa confianza?
-Totalmente. Al final de mi carrera ya perdí la confianza, pero era por unas cuestiones personales más que laborales. Lo laboral es lo menos importante. El problema es que le damos mucha bola a cosas que realmente no son importantes en la vida. Se nos rompe el teléfono y se nos arruina la vida. Hoy en día nos arruinamos la vida y te digo: “te doy el mejor teléfono pero te dejo sin el saludo de tu madre”. Y ahí es como un cachetazo.
-¿A vos no te pasó eso de perder el foco?
-Que yo sepa, no. Pasa que el deportista al venir de donde viene… Yo viví hasta los 23 años en una villa. Después todo lo demás que me fue pasando en la vida estuvo bueno porque todo fue para arriba. De repente se estaba viviendo en España y estaba trabajando 85000 horas por día, pero tenía la posibilidad de poder trabajar, cosa que estando acá no tenía. Estaba atado de pies y manos con una venda en los ojos y encerrado en un sótano. Eso es pasado. Entonces yo veía que todo estaba bueno que todo era positivo y digo “bueno, vamos a tirar para adelante”. Pero claro tener que encontrar gente en la que confiar y a veces depositar confianza en personas equivocadas. Pasa eso a veces: el mentiroso es buen actor reprochando.

-¿Te lo reprochás eso?
-No, eso sí que no me lo reprocho. Otras cosas sí, pero eso no porque yo digo que era necesario para conocerme, para conocer un poco el mundo y para conocer gente que puede estar diez años al lado tuyo y que después se convierte en Icardi.

-Recién hablabas de los Sergio que hubo en estos 44 años. ¿A cuál ves y te sorprendes más?
-Yo tuve como muchos cambios en mi vida. Mis primeros cinco años de vida fueron salvajes. Era un terremoto, era un pibe hiperactivo, insoportable, muy rápido, muy inteligente. Hablaba con todo el mundo, bailaba, cantaba, hacía tonterías y era divertido y salvaje. No era malo, era salvaje y era lo que quería. No quería salir de viaje por la Argentina con tres años. Pero también fui muy introvertido cuando nos mudamos de Quilmes a Florencio Varela. No hablaba ni con mi propia familia. No me llevaba bien con nadie. No me llevaba bien conmigo mismo. Así hasta los 20 años. A los 20 años empecé a boxear. Entonces tuve un cambio brutal de vuelta pasé a ser lo que soy hoy. Digamos que fue una evolución. Es decir a los 20 años volví a tener confianza. Lo que pasó que tuve una perdí confianza a los 6 años cuando me fui a un sitio donde no me sentía bien no me sentía seguro me sentía desconfiado.

-¿Sufriste bullying en el colegio?
-Un montón. Porque la gente ve al atleta como una super persona, a la que no le pasa nada y no es así. Hay gente que se suicida por el bullying que sufren y esa es la parte negativa del bullying. Pero el bullying también tiene partes positivas. Te pones a mirar en Google personas famosas, no personas exitosas, que sufrieron bullying y la cantidad es increíble. Desde Madonna, Cristiano Ronaldo, Lady Gaga, Robert De Niro, Al Pacino, tipo que se conquista que conquistaron el mundo. Y claro, es lógico, la gente esa que sufre es la que lucha por cambiar el mundo en el que vive. Porque el mundo en el que vive demasiado hostil. A mí me pasó lo mismo, yo quería cambiar el mundo en el que vivía porque era jodido para mí. No me gustaba y por suerte, pude cambiar mi mundo y así cambiar muchas cosas a mi alrededor.

-¿Qué hiciste con tu primer gran plata, una gran bolsa?
-Me comí un asado. Para mí fue una gran bolsa cobrar 12000 dólares de bolsa, que me quedaron 9000 limpios, en Inglaterra. Pero con eso me comí un asado. Necesité unas cuantas semanas para poder masticar, porque tenía toda la boca llena de puntos, pero fui a un restaurante llamado De María y comí ahí.

-¿En algún momento pensaste en dejar el boxeo?
-Un montón de veces. En España una sola vez pensé en dejarlo. Perdí un colectivo y el siguiente no vino. Estuve una hora sentado en el suelo ahí en una vereda esperando el colectivo y me dije “que estoy haciendo con mi vida”. Tenía 32 años y fue la última vez que me lo planteé. O sea la primera pero la primera vez que me lo pregunté porque no tenía para comer, me habían cortado la luz, me habían cortado el agua, iba a hacer la cola en una iglesia para recibir comida. Estaba un poquito cuesta arriba. Era 2007. Después, en 2010, después de haber noqueado a Paul Williams también me lo pregunté. Empecé a conocer un poquito mi interior, empecé a conocerme, conocí gente, empecé a leer y empecé a meterme en un mundo en el que me estaba conociendo mucho más yo conociendo como ser humano. “Madre mía, lo que estoy haciendo”, porque me pareció salvaje lo que estaba haciendo y me planteé dejar de boxear. Hasta que un día hablamos con mi socio y me dijo me habló un rato largo y me convenció. Lo tuyo es esto boxea.

El mismo Maravilla que está sentado en una de las banquetas de Bros & Hops es el que casi todas las semanas enciende su auto ‘normalito’ para irse al Conurbano a dar uno de los shows de stand up que da junto a Chuny Paniagua y Nicolás Biffi. «¿Por qué lo hago? Por una razón muy simple. Eso me hace muy feliz. Increíblemente feliz. Ahora estuve en un bar en Quilmes para 80 personas, o sea que estuvo todo vendido, y eso para mí es genial. El contacto con la gente y ver que gracias a lo que uno dice puede provocar un cambio de estado en la persona es genial. Estoy con Chuny y Nico, que son dos comediantes estupendos, pero que sobre todo son grandísimas personas con las que me llevo muy bien. Entonces es compartir algo que hacemos para nosotros y encima de estar nosotros tres divirtiéndonos mucho la gente se divierte», lanza con la verborragia de un hombre que disfruta más de sus palabras que de sus silencios.

-¿Es más difícil provocar una emoción en el boxeo o una una risa en un show de Stand up?
-En el boxeo provocar una emoción es muy fácil. Me arrodillo y digo que me duele y no sigo. No hace falta que hable, sino que mover mi cabeza muchas veces seguidas para no seguir y la gente va a reaccionar. Algo provoco, no sé si será lástima, vergüenza o bronca, pero algo les provoco. En el stand up es mucho más difícil.

Me decías que recordás la primera piña que pegaste. ¿Recordás la primera risa que provocaste?
-Sí. Me acuerdo que fue en el año 2015, en Carlos Paz, cuando hablaba de mi madre. Yo hacía una descripción física de mi madre un ratito largo y la gente se estuvo riendo porque yo seguía describiéndola. La describo como una mini Tyson.

-¿Te cambia el ánimo durante la función, porque en el boxeo no ves a nadie y en el show ves todos?
– Uno desde el escenario ve todo. Desde el primero hasta el último. Pero no me provoca cambio porque yo estoy contento. Tengo mucha alegría, entonces yo tengo que mantenerme siempre ahí, atento a lo que estoy haciendo, más que a las reacciones de las personas. La gente va a reaccionar, pero va a proceder de diferente manera. Hay gente que le causa gracia lo que digo pero no se ríe y se está ardiendo para adentro  y digo “la madre que te parió, ¿por qué no se ríe bien?»

-¿Muchos dicen que en un espectáculo uno actúa para el que no se ríe?
-Claro. Cuando lo veo difícil trato de cambiarle el humor. A veces se puede y otra no.

-¿Para vos las presentaciones son un ejercicio terapéutico?
-Es liberador porque te juntas con mis dos mejores amigos y nos contamos chistes que nos hacen reír mucho. Hay confianza y complicidad. Y después salimos al escenario y contamos lo que pasa atrás. El escenario me sirve es un poco como terapia

-¿Fue un error haber ido a Showmatch?
-No. Fue un acierto. Necesitaba difusión mediática y el programa me dio más de la que había tenido hasta ese momento. Yo venía ganando venía ganando gracias a Duro de domar, con Daniel Tognetti, a la entrevista con Fantino en Animales Sueltos y y había tenido hasta el momento. Me llamaron para el Bailando, y yo no quería ir, entonces le pedí mucho dinero para que me digan que no. Una hora después estaba depositado el dinero en la cuenta. Tuve que decir qué si y entonces me dije ‘ahora vamos a utilizarlo’.

-¿Qué aspectos extrañás del anonimato?
-La fama me sacó esa privacidad estando en lugares públicos. Por más que esté con no sé estoy con una chica estoy con un amigo estoy con mi vieja ya no es privado ya pasa a ser público. Entonces se hace pública tu vida personal y a veces tu vida privada eso es así que me sacó y es horroroso.

-¿Cambiás lo que tenés por volver a ser un anónimo?
-Por eso vivo en Madrid. Yo vivo en Madrid y allá me conocen cuatro. En comparación a lo que es Argentina, me conocen, pero solo cuatro o cinco, por lo que puedo hacer lo que quiera sin mirar a ver si alguien me está mirando.

-Leí por ahí que cambiás todo lo que conseguiste como boxeador por haber debutado en Primera… ¿Es cierto?
-Sí. En cualquier equipo de Primera, del más grande al más chiquito, lo cambiaría, de veras.

-¿Lo soñaste?
-Sí y era espectacular. Yo físicamente siempre fui un pibe muy trabajador y para el fútbol el físico me daba. Soñaba con jugar un partido. Con solo uno que me dejen era suficiente. Pero bueno tuve que aceptar que mi vida era otra, y que tenía un par de guantes en las manos.

-¿Qué te faltó para serlo?
-Lo que tenía en el boxeo. Yo no fui muy talentoso en boxeo, tenía un poquito de talento y lo magnificaba porque trabajaba más que nadie. Y en el fútbol hacía lo mismo pero no tenía esa cuota chiquitita de talento, que tenía el boxeo.

-Siempre hablas de la precariedad mental en el boxeo. ¿Se puede ser campeón mundial sin ser inteligente?
-De ninguna manera. Hay distintos tipos de inteligencia. Pero sin ninguna de ellas no se puede ser campeón mundial. Puede ser un burro, puede ser en matemáticas, en la vida, pero por lo menos tenés que tener inteligencia para boxear. Hay gente que tiene inteligencia para muchas cosas como Mayweather, que es inteligentísimo para todo. Un jugador de Racing Club que fue que dijo no se puede hacer un equipo de fútbol con once boludos. En el boxeo no podes ser campeón del mundo siendo un boludo.
-Si tuvieras que resumir qué es ser inteligente en el cuadrilátero, ¿qué dirías?
-La capacidad de resolver encrucijadas en una fracción de segundo. Hay veces que estás contra las cuerdas y tenés un tipo que en un segundo es capaz de sacarte 25 golpes. Y los 25 golpes pueden ser aptos para noquearte, por lo que tenés que saber sortear eso en un segundo. Ser inteligente es resolver el tema de la defensa.

-¿Te molestó que digan que eras homosexual?
-No. Me reí un montón. Prefiero que digan eso antes que empiecen a investigar mi vida privada. Antes era un quilombo, ahora, con cuarenta y cuatro años estoy más tranquilo. Pero antes era un desastre en ese sentido tenía amigas, y salía con una actriz, una modelo, una vedette, una bailarina y tener líos por jugar tanto. Era lo que quería. Pero hay una frase de José Larralde que dice “pa’ que el barro no salpique hay que pisarlo de pisar despacio”. Por eso que digan eso me da igual. Lo único que no me causaba gracia es que a mi madre le doliese que hubiera programas en televisión donde decían eso, como si fuese algo malo.

La historia con sus padres fue muy cambiante. El Sergio que no conocía las luces fue muy pegado a su padre hasta que este los abandonó a los quince años. A partir de ahí la relación con su madre cambió para siempre. “Descubrí una relación extraordinaria con mi vieja. Ella fue madre a los 16 años. Entonces descubrí que hay una persona estupenda con mi vieja y entendí por qué todo el mundo la quiere”. El tiempo atenuó el dolor que significó ese puñal en el pecho causado por esa ausencia.

-¿Te queda algo por hacer?
-Un montón de cosas. Tengo miedo de morirme antes de tiempo. A mí lo que me pasa es que tengo miedo a no terminar las cosas. Hace poco escuché una frase de un hombre que era camarero en un bar que “El pobre construye su casa y se muere.. Por eso hay que tratar de construir la casa toda la vida”. Yo por eso constantemente voy a querer estar haciendo. A veces la jubilación viene muy mal, porque hay gente que se jubila y al año se muere porque se sienten inútiles. Yo tengo muchas cosas por hacer.  Por ejemplo, tengo un libro de poesía que estoy escribiendo. Me faltarán unas 20 poesías más para poder publicarlo. Después tengo dos obras de teatro que tengo escritas ya y otras dos que necesito un poquito para terminarlas. Quiero actuar en películas, quiero hacer ficción en televisión, hacer más libros, encontrarle mejor la vuelta a las charlas motivacionales que estoy dando y que están funcionando muy bien.

-¿Valió la pena todo lo que hiciste para llegar a donde llegaste?
-Me gusta vivir bien también y eso fui entendiendo ahora que me puedo permitir eso. Acá en Buenos Aires vivo en Puerto Madero. No es fácil estar en Puerto Madero. Tuve que ganar cuatro títulos mundiales. Por eso valió la pena todo. La pobreza no está buena muchachos. Hay gente que dice ‘la pobreza es digna’ y a esos yo les respondo ‘los cojones. La pobreza no está buena. Yo viví en Florencio Varela embarrado hasta las orejas durante veintipico de años y todo y yo quería sacar de ahí a mi familia’. A mi familia le costaba aceptar eso porque entendían que por ser pobres debían aspirar a eso toda su vida, pero no es así. Pero hagamos algo para sacar para salir de acá para salir adelante. No es ninguna deshonra vivir ahí. Una deshonra es estar robando o cometiendo delitos. Antes de irme a España pude sacarlos y los llevé a vivir a Quilmes, primero, y a Bernal, después. Por eso me enoja cuando quieren romantizar la pobreza. Andá a decirle eso a una persona que vive en un barrio humilde, y vas a ver como te va a querer cagar a palos. Y lo peor de todo es cuando la gente la acepta.

¿Te pasó de tener una expectativas más altas de lo que terminaste viviendo cuando te consagraste?
-Si. Me pasó cuando gané el título contra (Alex) Bunema, el 4 de octubre de 2008, y llegué a mi vestuario y dije “¿ahora qué hacemos? ¿Festejamos?” Y me respondieron que tenía que descansar, que ya estaba el festejo, que para lo que tanto había luchado ya estaba. Y yo me había olvidado de ver todo lo que había hecho antes.

-Hablás de lo bien que te va, ¿cuándo fue la última vez que te fue mal?
-(Piensa) Sabes que me acuerdo. Probablemente con relaciones tóxicas personales, con personas tóxicas. Eso si está feo. Gente que te traiciona, y te tapa los ojos, los oídos, y no te deja ni ver ni escuchar. Después de ir entre dos y tres veces por semana a la terapeuta me pude dar cuenta de que era una manipulación. Eso fue apenas terminé de boxear. Y también cuando me retiré descubrí que gente que me rodeaba vio que yo ya no podía ganar más dinero boxeando y se sacó la careta.

La última. ¿Pegaste alguna piña después del retiro?
-¡No! Ni loco. Me puse a entrenar el boxeo sí, pero pegar por pegar no lo hice ni antes de ser boxeador. No vale la pena. ¿Vos te pensás que me voy a gastar en pegarle a un boludo como vos? Yo peleo por tres palos verdes. Si me pones esa plata, veinte mil personas de público y un título en juego, te puedo asegurar que te quito la vida. Pero ¿gratis? Noooo. Seré boludo para otras cosas, pero para esta no.

Por Javier Lanza / a24.com