Entre Reno, Nevada, Estados Unidos y Johannesburgo, Sudáfrica, hay muchas millas de distancia y diez horas de diferencia. Sin embargo, y a través de dos historias entrelazadas por la amistad, la sangre, la violencia, la muerte, la gloria y el misterio, el 22 de mayo de 1976 unió para siempre a dos nombres emblemáticos del boxeo argentino.

Por Carlos Irusta / ESPN

Esa madrugada, Oscar Natalio “Ringo” Bonavena, fue asesinado a sangre fría de un balazo al corazón en la puerta del Mustang Ranch de Reno, Nevada. Esa noche, en el ring del Rand Stadium de Johannesburgo Víctor Emilo Galíndez, bañado en su propia sangre, conquistó uno de los triunfos más electrizantes de la historia del boxeo argentino al noquear, en el último segundo, a Richie Kates. Esta es la crónica de las dos historias.

Reno, Nevada, 5,30 AM (hora local)
Oscar Bonavena está tomando un whisky en el Harra’s. No está bien de ánimo, según observa algún parroquiano vecino. Hace unas horas, el promotor Don Chargin le ha ofrecido hacer el semifondo de George Foreman y Joe Frazier en Nueva York. El rival podría ser Howard Smith. Pero no han hablado de dinero. “Solamente espero que la bolsa sea buena”, ha dicho Oscar.
En realidad, está regresando a Buenos Aires. Tiene un pasaje para el domingo 23 de mayo, el día de su cumpleaños de su esposa, Dora. “Me llamó el viernes 21. Me dijo que tenía que arreglar un asunto antes de viajar y me pidió que rezara por él. Fue la última vez que hablamos”, recuerda su viuda, quien, entre otras tarjetas escritas por él, guarda una en la que, en una letra casi infantil, se puede leer: “Muerto, estaré enterrado dentro de ti”.

Oscar Bonavena tiene sus razones para estar preocupado. Una semana antes, unos desconocidos ingresaron al tráiler donde vivía. Le quemaron el pasaporte, la tarjeta de residente y cosas personales. Bonavena recibe una llamada. Y, casi de inmediato, se va del Harra’s en su Montecarlo marrón claro.

Luce apurado y el whisky queda sin concluir. Está amaneciendo. Un sol todavía débil ilumina las calles vacías de Reno, con los carteles luminosos prendidos y ya inútiles.

Buenos Aires, 9,30 AM (hora local)
Juan Carlos Ligatto, jefe técnico de LR 4 radio Splendid, llega a la emisora, en Arenales 1925. Quiere tener todo listo, porque un poco después del mediodía, teniendo en cuenta las diferencias horarias, comenzará la transmisión previa de la pelea que en Sudáfrica van a sostener Víctor Galíndez y Richie Kates. Galíndez es el campeón mundial de la AMB. En Johannesburgo, enviado especial por la emisora, está Ricardo Arias, quien transmitirá la pelea.
Ligatto lee la sección deportes del diario “Crónica”. Los antecedentes de los boxeadores son muy parejos, según detalla Jorge Mórtola, enviado especial. Victor Galíndez –campeón mundial AMB medio pesado- tiene 27 años. Es campeón desde 1974 y suma 41 victorias (27 KO), 6 derrotas, 4 empates. Richie Kates –estadounidense, 25 años- segundo en el ranking, ganó 32 (17 KO) y perdió una sola pelea.

Ringo Bonavena, un personaje arriba y abajo del ring / AP

A esa misma hora en Canal 13 también hacen sus preparativos. Ellos pondrán en el aire la pelea en forma directa, sin programas previos. Roberto Maidana, enviado a Johannesburgo, transmitirá el encuentro. No habrá señal para los Estados Unidos. La pelea será televisada solamente para Sudáfrica y Argentina.

Johannesburgo, 3,30 PM (hora local)
Víctor Emilio Galíndez está en su habitación, junto a su hermanastro, compañero y amigo, Roberto Palmero. Galíndez ya ha peleado en Sudáfrica, y es muy popular tras su victoria sobre el local Pierre Fourie.
Con Víctor Galíndez han viajado Juan Carlos “Tito” Lectoure y el técnico, Juan Carlos Cuello. El preparador físico es Patricio Russo Seibane: para acompañar a Carlos Monzón en su aventura romana frente a Nino Benvenuti, Russo no vaciló en vender su Fiat 600. También está el doctor Roberto Paladino, quien no ve las peleas: los nervios no se lo permiten. Junto a Lectoure está su amigo personal, Norberto Bianchi. Y entre los periodistas se encuentran Ernesto Cherquis Bialo, enviado por “El Gráfico” y Ernesto Mizrahi, de “Goles”. No ha viajado ningún fotógrafo de la Argentina.

Reno, 06,30 AM (hora local)
Oscar Bonavena está muerto en la puerta del Mustang Ranch, el burdel más importante de la zona, regenteado por Joe Conforte. Un balazo al corazón. Tras bajar de su auto, recibió una orden de uno de los guardaespaldas de Conforte, John Coletti, para que se retirara. No lo hizo y William Ross Brymer le disparó con un Remington 30-06, 03 AS, que tiene una bala de punta de plomo, por lo que el proyectil se deshace en mil pedazos cuando conecta. Es un arma tan peligrosa que fue prohibida por la Convención de Ginebra.
“Un día después de la muerte hablé con Joe Conforte. Me dijo que había sido un estúpido en darle una habitación en su casa, porque Bonavena al poco tiempo había empezado a decir que se quedaría con el Mustang Ranch. Me contó que le había dado plata para que se volviera a la Argentina. Que le advirtió que, si volvía al Mustang, no se haría responsable de su vida”, recuerda Juan Larena, periodista argentino.
Luego de disparar el arma, Brymer se mete en la cocina, a comer cereales.
«¿Qué hiciste?», le pregunta un empleado, Jim Peri.
«Le tiré. Le dije que se quedara quieto y no lo hizo. Quiso meter la mano en una bota y le tiré», responde Brymer.

Buenos Aires, 10,30 AM (hora local)
Dora Raffa de Bonavena se prepara para ir a la peluquería. Al día siguiente, domingo 23, va a festejar su cumpleaños con más alegría que nunca, porque sabe que su esposo, Oscar, estará en Buenos Aires el lunes 24.
Aunque han estado separados de hecho, el vínculo matrimonial se mantiene. Tienen dos hijos, Adriana Nancy y Natalio Oscar. “Falta poco”, piensa Dora, mientras sale a la calle, rumbo a la peluquería. Cuando entra, saluda y dice: «Quiero estar más linda que nunca».

Johannesburgo, 4,30 PM (hora local)
Sentado al borde de su cama, Juan Carlos Lectoure le muestra un pequeño envase metálico al técnico Juan Carlos Cuello. “Esta es una crema especial. Me la dio un manager norteamericano hace un par de semanas, cuando estuvo en el Luna Park. Le comenté que Galíndez iba a pelear con Richie Kates y me dio este frasco. Me contó que Kates tenía fama de cabeceador. Ojalá que no la necesites, pero igual llevala, es una crema cicatrizante muy buena, me dijo”.
Cuello asiente con la cabeza: «Tito, esperemos que no la necesite…»

Reno, 10 AM (hora local)
La noticia se expande de a poco. Oscar Bonavena está muerto.
Una de las personas más afectadas es Sally Conforte, 65 años, casada con Joe y manager oficial de “Ringo” (su marido, por problemas por la ley, no podía serlo). En una foto habían aparecido juntos con el sugestivo título de “La Bella y la Bestia”, tras la firma de un contrato por dos años, con un anticipo de 7 mil dólares y un regalo de 3 mil, que salió del bolsillo de Sally.
Ella, cuando se entera de la noticia de la muerte de su gran amigo –además se los veía juntos todo el día-, tal vez recuerde una frase que Conforte, dueño del Mustang Ranch, le dijo a Oscar: «Con Sally hacé lo que quieras. Pero nunca te metas con mi negocio».

Buenos Aires, 2 PM (hora local)
Dora Raffa no se repone. En la peluquería se ha enterado de la noticia por sus amigas y mientras llora, no sabe qué hacer. Un hermano de Oscar, José, está decidido a viajar a Reno lo antes posible. ¿Qué puede hacer ella, cómo hacer con sus hijos? Por momentos, elevando los ojos al cielo, eleva una plegaria: «Dios mío, que esto sea una pesadilla, que no sea verdad, Dios mío…»

Johannesburgo, 8 PM (hora local)
Norberto Bianchi camina por la cancha del Rand Stadium, entre la gente. Está alterado. Acaba de conversar con Ricardo Arias, el periodista de radio Splendid y necesita ahora hablar con Lectoure. En medio del bullicio y de la excitación del público que sigue las peleas –hay 42.195 espectadores-, logra encontrar al promotor y le grita la noticia, al oído, única forma de hacerse escuchar.
Lectoure asiente con la cabeza y luego le grita, también al oído: «Bianchi, de ninguna manera, pero de ninguna manera, ¿eh? Galíndez debe enterarse de esto hasta que no termine su pelea».
Bianchi baja los ojos, asiente con la cabeza y se mezcla entre el público, rumbo a los vestuarios. Está llorando: gracias a Bonavena, él conoció a Lectoure, hasta hacerse su amigo.

Buenos Aires, 3 PM (hora local)
El periodista Hugo Domínguez entra al estudio de radio Splendid. Está alterado. «Lo mataron a Bonavena».

A puro coraje, Galíndez embocó una mano salvadora sobre el final / AP

Carlos Irusta, que tiene a su cargo la conducción del programa “Tango y Box”, previo a la transmisión de Ricardo Arias desde Sudáfrica, mira alrededor, buscando ayuda. «Llamá a todas las agencias de noticias, confirmalo bien, Hugo. Con Bonavena nunca se sabe cuándo termina la verdad y empieza la promoción».
Los demás componentes del programa se miran entre sí, en silencio.

Johannesburgo, 10,30 PM (hora local)
Tercer round: Víctor Galíndez, en el medio del ring, se toma la cabeza, quejándose. Cuando la retira, comienza a manar la sangre, una sangre roja, espesa.
Stanley Christodoulou, el referí local que hace su primera pelea importante de campeonato mundial, detiene las acciones. Es un corte muy grande. Llama al médico, mientras atienden a Galíndez en su esquina.

Todo es vertiginoso. Los fotógrafos suben al ring, son unos quince. Y también aparecen algunos curiosos. En su esquina, Richie Kates –quien ha cortado a Galíndez de un cabezazo, aparentemente sin intención- le pide a sus segundos que le pongan una toalla en los hombros para no enfriar su cuerpo, mientras ensaya un festejo, pues comprende que Galíndez no puede seguir. El corte no solo es largo, sino también profundo. El corte, en forma de “T”, interesa la ceja derecha y el entrecejo. Es profunda y sangrante.
En medio de la confusión, Lectoure le grita al árbitro que el médico (Clive Noble) autoriza que continúe. Y enseguida le dice al médico que el árbitro permite que la pelea continúe, mientras el anunciador también se sube al ring, para pedir a los fotógrafos y curiosos que se bajen de una vez.

Finalmente el orden se restablece, el ring queda despoblado y la pelea prosigue. Kates ya no festeja: debe enfrentar a un toro enceguecido y feroz. Galíndez, sabiendo que pueden parar el combate de nuevo y que puede perder por nocaut técnico, lanza golpes de todos los ángulos.
Su sangre empapa la camisa del referí. Los rounds se suceden. Aunque parece mentira, el campeón –limpiándose la sangre, que le desfigura el rostro y le impide la visión- no solamente sigue en pie, sino que derriba a Kates en el séptimo asalto. Penosamente, Kates se levanta. Está cansado, confundido. ¿De dónde saca fuerzas este hombre?
Llega el 15to y último round. Con una tremenda izquierda, Galíndez derriba a Kates, quien cae pesadamente boca arriba. Cuando Christodoulou grita el “¡Out!”, en medio de un mar de brazos en alto y rostros deformados por la emoción, suena la campana: a un solo segundo de terminar el último round, Galíndez gana por nocaut y celebra, bañado en sangre. Un estallido de emoción.

Galíndez no supo de la muerte de Ringo hasta después de la pelea / AP

Johannesburgo, 2 AM, domingo 23 de mayo (hora local)
Galíndez está tirado en la camilla, recibiendo puntos de sutura. En su estado no pueden darle anestesia, puesto que la crema cicatrizante que usó Lectoure ha sido muy fuerte y creado costras difíciles de limpiar. Son siete puntos, sin anestesia.

Lectoure le toma la mano Galíndez y habla en voz baja, en tono confidencial: «Víctor, ahora te lo puedo decir: ayer a la mañana lo mataron a Oscar. Lo asesinaron de un balazo».

Galíndez de pronto, llora. Y sus lágrimas, mientras corren por el rostro quebrantado y herido, brillan intensamente bajo la fría luz del hospital.

(Esta nota se publicó originalmente en 2016, al cumplirse 40 años de un día que unió para siempre a dos de los más grandes boxeadores argentinos)