El puño izquierdo de Sergio Martínez explota sobre la quijada de Paul Williams. El sistema operativo del norteamericano se apaga abruptamente y el pugilista termina en la lona semiconsciente. “Maravilla” corre con los brazos en alto sin tomar noción de que acaba de dar el golpe que cambiará definitivamente su carrera. Aquel nocaut es elegido como el mejor del 2010 por la prestigiosa revista The Ring y señalado por varios especialistas como uno de los diez mejores de la historia. Todo estaba fríamente calculado.

“Ese nocaut lo estudié desde el 5 de diciembre anterior hasta el 20 de noviembre. Desde el 5 de diciembre del 2009 que combatí con Williams y perdí –me ganó él la primera pelea, fue pareja, pero ganó él– hasta el día de la revancha lo estudié incansablemente”, le explica a Infobae el deportista de 44 años sobre esa segunda pelea que se llevó a cabo en Boardwalk Hall de Atlantic City. En aquella revancha destrozó en apenas dos rounds a uno de los mejores peleadores que podía enfrentar por entonces y que lo había vencido en una decisión ajustada meses antes. Pero principalmente logró algo que sería vital para terminar de darle reconocimiento a su carrera: una exposición mediática imponente, principalmente en su país donde era apenas un lejano boxeador del que poco se hablaba a pesar de su excepcional performance.

—¿Mirabas videos de Williams?
— Sí, enfermo de mirar videos. Sabía que esa mano la conectaba y si conectaba esa mano, es una mano durísima. Pero no específicamente estudiaba ese golpe; que sí estudiaba ese golpe pero no ese que sucedió faltando 1 minuto 10 segundos para que termine el segundo round. Sino la posición en la que sacaba mi mano. La zona donde conectaba. Yo sabía que mi mano, saliese donde saliese, iba a dar en esta zona, iba a impactar acá (se señala la mejilla derecha). ¿Qué pasaba? Que cuando comencé a sacar el golpe, lo conectaba. Entre el primero y segundo round, antes de noquearlo, tiré seis golpes así, iguales. Muy duros, muy potentes. Pero la mano que te mata es la que no ves. Me pasaba a mí que yo sacaba el golpe de la guardia cubriendo mi cara, entonces él veía. Estaba en un radio donde enfocaba. Veía mi cara, mi mano. Salía el golpe. Hay un movimiento de tensión corporal que por ahí te ayuda a evitar que se te venga la noche básicamente. En un momento dije “ya sé, tengo que sacar la cara de un sitio, de donde estoy teniéndola y la mano tiene que estar fuera de foco”.

— ¿Eso lo pensaste en el momento o ya habías estudiado que él te miraba la cara?
— No, eso fue instantáneo. En el momento. Dije ah bien, la mano tiene que ir por un lado y la cara por otro. Saqué la cara muy rápido y en el mismo momento, en un solo movimiento, hice una esquiva, que no fue una esquiva, era una zanahoria y él siguió la zanahoria. La mano fue por otro lado y cayó.

— De los nocauts más lindos de la historia se dice…
— Sí, el sexto dicen según no sé quiénes…

— ¿En ese momento que se produce el nocaut te diste cuenta de la dimensión?
— Tuve un gesto en ese momento, hay una de las cámaras que no recuerdo quién fue, un aficionado, que lo vi por Youtube, me lo mostraron. Que cuando yo conecto el golpe digo “¡Uy!”. Porque le explotó una bomba en la cabeza pobre.

— ¿Se siente eso? ¿Lo sentís en tu mano?
— Totalmente. Cuando eso pasa es como si fuese una botella de cristal dentro de una bolsa y que por dentro la botella explota y se convierte en cristal. Esa es la sensación, como que estás reventando algo que está firme, que es la energía del cuerpo y de golpe se desconecta. Hay un desconecte eléctrico. Él cuando cayó estaba dormido antes de caer. Antes de tocar el suelo estaba completamente dormido.

Sergio tuvo actuaciones estelares contra Richard Williams, Kermit Cintron, Kelly Pavlik, Serhiy Dzinziruk, Darren Barker y Matthew Macklin –entre otros– en la época más intensa de su trayectoria. Sin embargo, aquella mano a Williams es uno de los tres hitos por los que el gran público lo conoce junto con el monstruoso evento en Vélez ante el británico Martin Murray (ya con la lesión en la rodilla haciendo mella en su estado físico) y la lección de boxeo que le propinó en 2012 a Julio César Chávez Jr. con un dramático último round que incluyó una inesperada caída a la lona luego de dominar a lo largo de los once asaltos previos. A la distancia, explica cuál fue el error que lo llevó a ser derribado en los minutos finales.

“Había un error técnico que yo tenía. Era un movimiento de pivote. Donde yo pivoteaba sobre mi pie delantero que es el derecho, al ser zurdo tengo el pie derecho adelantado. Salía de la visión de Chávez pero no de la distancia. Me apoyaba sobre el pie derecho, giraba, rotaba y ese pie quedaba clavado. Giraba todo el cuerpo. Chávez pasó de largo una, dos, tres, 450 mil veces… Pero en el último round sacó una mano y yo estaba en distancia. Recibí ese golpe y fue un golpe duro. Me pegó en el oído que escucho bien. De uno escucho bien y del otro estoy jodido, soy casi nulo total de nacimiento. Sordo total de la izquierda. Me pegó en el otro oído y se me empezó a mover el ring como un terremoto. Empecé a perder la estabilidad y perdí la sensibilidad en mi pierna izquierda. Sabía yo que se me venía. ‘Se me va a complicar esto. Bueno, no pasa nada’. Apreté los dientes, empecé a tratar de capear este temporal. Él sacó dos o tres manos, combinó la izquierda bien con tres golpes de cross de izquierda. Tres manos muy duras. Y me fui al suelo”, relata sobre su falla en el 12° asalto de la pelea celebrada en septiembre del 2012 en Las Vegas.

Sergio Martínez desempolva recuerdos y rememora que sus apodos antes de ser “Maravilla” eran el “Raro” o el “Mudo”. Eran épocas en las que el pelo oxigenado lo hacía sobresalir tanto como una particularidad: los brazos los posaba a su costado mientras flotaba por el cuadrilátero y, según afirma, podría haber ganado los combates “con las manos en los bolsillos”.

El quilmeño busca una manera risueña de explicar aquella determinación de pelear con la guardia baja. Para eso se remonta hasta mediados del 1800 cuando se autorizaron las leyes del boxeo. Desde ese momento, advierte, “hay cosas equivocadas” según su óptica y la guardia en alto es una de ellas.

— ¿Por qué decís que la guardia en alto está mal enseñada?
— ¡Porque está mal! Porque sino no hubiese podido ser campeón del mundo nunca. ¡A mí me ponías un par de bolsillos en los pantalones y te puedo asegurar que más de un combate lo hubiese ganado! Pero no por fanfarrón. Hay cosas que las hacen mal. El boxeo está enseñado de una manera con una estructura que es errónea. No se enseña por los puños. Para ganar en boxeo lo menos importante son los golpes. Y esto es raro que lo diga. En el boxeo lo más importante es el manejo de tiempo y distancia. Nada tiene que ver con la guardia ni con los golpes. Entonces yo comprendí y aprendí muy rápido que el boxeo es tiempo y distancia. Me di cuenta de que tenía tiempo y distancia: ¡hago lo que quiero arriba del ring! Llegarán momentos que te tocarán rivales más rápidos, más fuertes, que te sorprenden. Sí, por supuesto. ¿Me tocó ganar y perder? Sí, por supuesto. Pero el boxeo está mal enseñado.

— ¿El primer día que entraste a un gimnasio te diste cuenta de que estaba mal enseñado?
— No. La bajé cuando me di cuenta. Cuando me di cuenta de que el boxeo estaba mal enseñado. Habré tardado un año, un poco menos. De darme cuenta de que si manejas la distancia, la guardia es innecesaria tenerla ahí arriba. Pero tenés que saber manejar la distancia. Hay gente que me dice “tengo un boxeador igual que vos”. Me parece bien… ¿entrena mucho? No, pelea con la guardia baja. ¡Digale que la suba primero! Tiene que entender por qué hay que bajar la guardia.

Entre su desazón por la primera derrota de su trayectoria profesional ante el mexicano Antonio Margarito en el 2000 en su primera pelea fuera de Argentina –”Si te topas con un tipo que tiene yeso en las manos toda la historia cambia. No se puede hablar. Pero me vino bien haber perdido”, afirma–, saca a relucir sus dotes de analista y se muestra optimista cuando habla sobre el futuro del boxeo nacional: “Hay un semillero muy bueno. Melián es un boxeadorazo; está Gauto que me parece un boxeador tremendo. Brian Castaño tiene que disfrutar de ser el único campeón del mundo argentino y vivir el momento porque no es eterno. Es un orgullo”.

Detrás del personaje, está el profesional. Ubicado en las sombras del éxito se esconde el trabajo. Sergio Martínez es el último gran exponente que dio el pugilismo argentino, esa disciplina que moviliza pasiones cada vez que irrumpe con una gran velada. “Maravilla” cumplió dentro y fuera. Quizás, muchas veces, empañando sus sublimes performances con el poder de sus palabras, con lo grandilocuente de su show. Aquellos que sólo deciden recordar al creador de la ilusión fuera de las sogas, se perderán de vivir en su interior con la imagen del boxeador diferente, estético, efectivo y estudioso. A punto tal que planificó a cada detalle uno de los nocauts más impactantes que se recuerden en el último tiempo.

Fuente: Por Rodrigo Tamagni / Infobae