En el documental What’s my name?: Muhammad Ali recientemente estrenado por la cadena HBO, hay un momento en que el boxeador -ya retirado a esas alturas- se queda dormido en la mesa, mientras conversaba con un grupo de periodistas. “A veces hace eso”, explica con total naturalidad su esposa Lonnie. “Pasó después de la pelea en Manila. Desde el combate con Frazier, Muhammad sufre de narcolepsia. Comienza a dormir, tiene recuerdos, pesadillas y hace gestos como si boxeara (…) El doctor dice que no lo despierte, porque puede darle un infarto si se asusta”. En ese momento, Ali hace un ronquido fuerte, espanta a los reporteros y todos estallan en risa. Él estaba fingiendo, pero no su esposa.

Muhammad Ali y Joe Frazier pelearon tres veces en una época donde se combatía a 15 asaltos. Es decir, entre ambos disputaron un total de 44 rounds. Los números no calzan porque en la última y más brutal de esas peleas, Thrilla in Manila, Eddie Futch decidió tirar la toalla y que su boxeador no saliera a combatir el último asalto porque apenas podía ver con sus ojos totalmente hinchados.

Por su parte, Ali no se retiró hasta seis años después y realizó otros 10 combates. Todos innecesarios para su leyenda. 33 meses después de su última pelea le diagnosticaron el mal del Parkinson, una enfermedad neurodegenerativa cuyas causas aún son materia de investigación para la medicina, pero se ha establecido que la genética cumple un rol preponderante, aunque también hay elementos externos que estimulan su aparición temprana. De hecho, que un hombre a sus 42 años la padezca es ya un caso raro, como fue con Ali.

¿Por qué no se retiró a tiempo? Siempre hay respuestas. El dinero es la explicación más común, porque la mayoría de los boxeadores no sabe hacer otra cosa que boxear. En general olvidan que se trata de un trabajo con fecha de vencimiento y postergan sus estudios, su salud y hasta sus familias con tal de seguir en la actividad.

En países como Chile tampoco existe un sindicato de boxeadores que se preocupe del bienestar del deportista tras el retiro. Sólo los clubes amilanan un poco esta realidad, en algunos casos haciéndolos improvisar como entrenadores o bien dejándolos participar de su vida social.

Sin embargo, Ali no tenía problemas de dinero y ahí aparecen otras excusas como el honor, el orgullo o aquella entelequia que se ha popularizado gracias a las películas: el espíritu del guerrero. Nada de eso importó cuando Larry Holmes destruyó al irreconocible boxeador más grande de todos los tiempos. Ali apenas tenía reflejos y aguantó la paliza hasta el décimo round, cuando su entrenador Angelo Dundee decidió rendirse.

Inexplicablemente, un año después volvió a pelear, esta vez contra Trevor Berbick en Bahamas. Tras esta derrota, que se convertiría en la última, declaró: “Hoy me lastimaron. Veía los golpes y no hice nada. El tiempo no perdona“.

Lo interesante de “What’s my name?” es que no se queda en la tragedia del Ali enfermo y resistiéndose a dar lástima ante las cámaras. El boxeador más grande de todos los tiempos tuvo una vida más allá del boxeo. Vivió más de 30 años padeciendo su enfermedad, sin embargo, eso no le impidió colaborar con la liberación de rehenes en Irak (dialogó cara a cara con Sadam Husein), llevar ayuda médica a Cuba en pleno período especial, abogar por la liberación de Nelson Mandela tras 27 años de prisión en Sudáfrica o simplemente visitar orfanatos en la India.

Hay vida después del boxeo y hay que saber retirarse a tiempo. O como dijo su propia hija Laila Ali tras ver el documental: “Lo que más se destaca es el impacto que tuvo en las vidas de las personas, en sus corazones alrededor del mundo”.

Fuente: boxeadores.cl (Camilo Espinoza)