El sobrecogedor testimonio de los que se pusieron lso guantes para sobrevivir en el campo de concentración nazi. “O sabés boxear o vas a la cámara de gas”.
En el mayor matadero de inocentes jamás conocido…
Cuentan que allí, al otro lado, detrás de la alambrada, justo ahí donde el hombre nunca fue hombre, sino bestia, una vez un nazi preguntó:
– ¿Quién sabe boxear?
Unos dijeron que sí y otros dijeron que no; pero ya fuera sí o no… Allí no era vivir, sino morir.
Cuentan que allí, donde el hombre por no tener no tenía ni nombre, sólo era número, triángulo o estrella y un color, un SS aburrido, cansado de matar, buscaba diversión; un rato de asueto para distraer el sopor de asesinar. Y entonces volvió a preguntar:
– ¿Quién sabe boxear?
Y cuentan que allí, detrás de la alambrada, donde los presos no eran presos, sino carne de cañón; seres humanos, más de un millón, todos asesinados y convertidos en humo, ceniza y carbón; unos hombres buenos subieron al ring por obligación, para entretener al maldito SS que buscaba diversión. Y quizá esa fue su salvación, porque allí, entre mugre, hambruna, enfermedad y mucha mezquindad, en los combates de boxeo se ganaba un poco de sopa, mantequilla y pan.
En el Hotel Intercontinental, en el centro de Madrid, España, un 22 de enero de 2018…
Cuentan que Noah Klieger aparece en silla de ruedas. Tiene 91 años, la mirada clara y la piel marcada por la desgracia. Manchada por ese tatuaje infame y añejo, desgastado, que empaña su antebrazo. 1-7-2-3-4-5.
Noah viste todo de gris, claro, oscuro y marengo, quizá sea un recuerdo de lo que le tocó vivir. Tiempos color ceniza. Su cuerpo de nonagenario está encogido, encorvado por la edad, pero su mente despejada. Dispuesta para recordar.
Y cuenta que allí, al otro lado, detrás de la alambrada, un día escuchó:
– ¿Quién sabe boxear?
Guillermo Reparaz, el traductor; Rodolfo Espinosa, el cámara; Pablo García, el fotógrafo; y un servidor, el que escribe, saludamos a Klieger, el prisionero de Auschwitz número 172.345. Más bien le hacemos una reverencia. Impresiona su presencia. Él es un milagro.
Ayudamos a Noah a incorporarse. Prefiere cambiar la silla de ruedas por un sillón. Ya sabe qué queremos, se lo ha dicho Yessica San Román, nuestra intermediaria del Centro Sefarad.
Y Klieger empieza a hablar.
Ésta es su historia, pero también la de Arouch, Pietrzykowski, Rablin, Stolecki, Przybyla, Olszówka, Woznica, Borowski, Sobolewicz… y la de muchos más. Porque ellos son los que cuentan, los que dicen que allí, al otro lado, detrás de la alambrada, hubo un ring, guantes y les ordenaron pelear.
Todo empezó con un brutal: ‘¿Quién sabe boxear?’. El nazi aúlla.
Auschwitz. 1944 (*). El prisionero 172.345 tirita de frío. Noah Klieger, apenas un adolescente, tiene miedo, pero hace un gesto, sólo un leve movimiento de la mano. Y así comienza la lucha por la vida, la de los púgiles en el infierno: los boxeadores de Auschwitz. En una esquina, con pijama de rayas, las ropas ajadas, hambrientos y maltratados, condenados, y con un peso de 42 kilos, los inocentes; en la otra, con uniforme militar, fusta y una esvástica tatuada en el pecho ario, fuertes, bien nutridos y con un peso de 90 kilos, los asesinos.
Gong. Empieza el combate.
A Noah Klieger se le empaña la mirada. Y vuelve allí. Escucha de nuevo los gritos, la amenaza del SS. ‘¿Quién sabe boxear?’ Regresa al pasado, a ese lugar del que salió, pero del que nunca escapó. Allí, allí, ¡siempre allí! «No hay un día que no lo recuerde, que no piense en el Holocausto», asegura con gesto triste. Lejos queda el lujoso salón del Hotel Intercontinental en el que se encuentra. Está sentado frente a una mesa baja de cristal, pero él ya no ve nada. Sus ojos se oscurecen, su gesto se endurece. Ahora es el boxeador que no sabía boxear, el prisionero 172.345. Está en Auschwitz…
Habla él y hablan los demás. Los protagonistas, los testigos.
Y Noah cuenta que allí, al otro lado, detrás de la alambrada…
Reportaje de José I. Pérez / Marca.com (Especiales)
*Las fechas no concuerdan. Noah Klieger dijo en la entrevista que llegó a Auschwitz en enero de 1943, pero en el Archivo del campo de concentración su entrada está registrada en enero de 1944.