A 25 años de la pelea de Juan Coggi y Eder González, el retador colombiano habla por primera vez de aquella fatídica noche en Tucumán. Una crónica con todas las voces de una historia de robo y vergüenza.
Por Adrián Michilena / Un Round Más
Látigo Coggi está en lona, desparramado, tiene la mirada perdida, su alma tal vez se escapó de su cuerpo con ese derechazo que le acaba propinar el retador colombiano Eder González. La calurosa noche de Tucumán del 17 de diciembre de 1993 se hace oscura porque peligra el reinado del zurdo, el boxeador favorito del expresidente radical Raúl Ricardo Alfonsín (1983-1989).
El campeón mundial intenta ponerse de pie, pasan los segundos, pero no hay caso. La cuenta del árbitro venezolano Isidro Rodríguez llega a diez, pero extrañamente, no termina allí, el conteo continúa. Y uno de los capítulos más negros en la historia del boxeo argentino empieza escribirse.
“Decime a dónde está la llave, voy a cortar la luz”, le dice Osvaldo Rivero a Palito Ortega, el gobernador de Tucumán, que está sentado en la primera fila. “¡Estás loco, Rivero, vamos todos presos!”, le contesta al mánager, que abre el manual de las trampas, para frenar la paliza que está sufriendo el campeón mundial, en la quinta defensa de su segundo reinado.
Esa misma estrella, –en los planes de Don King y del mexicano Julio César Chávez– está siendo estrellada por un ignoto pegador colombiano, que tiene al ídolo a un paso del abismo en el mismísimo Jardín de la República.
El estadio Defensores de Villa Luján, donde se presentó dos veces Carlos Monzón, la Pantera Saldaño y tantísimos grandes más, es testigo ahora de la caída de una leyenda del boxeo argentino en manos de un retador de improviso. Pasan los segundos y Coggi sigue en la lona, sus piernas, de hecho, intentan responder, pero resbalan cuando quieren pisar firme para levantarse.
“Vamos, la puta madre, levantate”, gritan en el rincón. El zurdo se levanta sentido, luego de la bomba que le explotó en el mentón. El árbitro Isidro Rodríguez finaliza su cuenta a los 18 segundos, ocho segundos por encima del límite reglamentario. Y le da el ok para continuar. “Lo van a matar, se nos va morir ahí arriba”, piensa Donato Tucho Villani, el doctor de Coggi (luego de la Selección Argentina de fútbol), que ya no quiere ni ver lo que está pasando. Pero Coggi tiene otras manos que lo van a sostener.
El colombiano, incrédulo por la actitud del árbitro, vuelve a la carga para terminar con la faena. Le tira una dos, tres… trece trompadas en total, muchas de las cuales rompen la guardia instintiva y desguarnecida del santafesino, que se sujeta de las cuerdas como puede. Faltan 45 segundos para que finalice el segundo round. Una verdadera eternidad. Es entonces que otra vez aparece el referí Rodríguez para interponerse con el fin de que no le sigan pegando.
Rodríguez, árbitro de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), dirigió 35 combates, entre ellos peleas de Roger Mayweather (el tío y entrenador de Floyd), Roberto Durán, Wilfredo Gómez y Kid Pambelé, pero en una sola noche está echando a perder toda su carrera, todo su prestigio. Esta vez, separa al colombiano, que instintivamente sale disparado a su rincón para festejar y abrazarse con su mánager español Ricardo Sánchez Atocha. Sin embargo, atención porque Rodríguez nunca decretó el final de la pelea, tampoco inició la cuenta de protección. Y eso está fuera de reglamento.
“Le estaba dando segundos para que se recupere, pero sin contar, nunca visto”, comentan. Acto seguido, Luis Spada (mánager argentino radicado en Panamá) sube al borde del ring, y a través de las cuerdas, sostiene al campeón de los pantalones para que no se caiga. González, que a esta altura no sabía que más hacer para ganar, se le abalanza y vuelve a tirar sus mejores manos. Coggi esquiva las que puede y las que no, Spada se las saca de encima. Sí, el mánager bloqueó golpes del retador. La realidad supera a la ficción.
A pesar de haber sido salvado por el árbitro en dos ocasiones, Coggi sigue siendo golpeado por el colombiano. Hasta que suena la campana. Ese round duraría 30 segundos menos de lo reglamentario. Alguien lo frenó antes. Y no fue el cronometrador.
“Es verdad lo que contó Coggi una vez en televisión. Fui yo el que pasó corriendo y tocó la campana, no me mandó nadie. Me surgió ahí de la nada. Sólo le quise dar una mano a un amigo, y eso siempre me lo agradecieron, Coggi estaba muerto, fue un verdadero escándalo”, confiesa Jorge Locomotora Castro. No sería ese el único round polémico.
El tercer, cuarto y quinto asaltos también terminarían antes de lo reglamentario. “Yo toqué la campana una sola vez”, se excusa el Roña Castro, quien ocho meses después se consagraría campeón mundial mediano la AMB, en ese mismo estadio, ante el estadounidense Reggie Johnson.
Los medios de Buenos Aires se hicieron eco de inmediato de la noticia. Y las cableras internacionales replicaron la información a todo el mundo. “Había perdido… Terminó ganando”, tituló la desaparecida revista El Gráfico. La agencia EFE, por su parte, levantó declaraciones de Coggi que le echaban más leña al fuego. “Quiero pelear de nuevo para que dejen de decir pelotudeces.
No es la primera vez que pasan estas cosas en el boxeo. Ahora parece que les agarró a todos un ataque de lealtad. Si quieren la revancha, se la doy ya. Yo so mejor que el negro”, decía Coggi, quien al final ganaría esa pelea por nocaut en el séptimo asalto. La revancha se realizaría tres meses después, el 18 de marzo, en el MGM Grand de Las Vegas, con autoridades neutrales.
Y Coggi noquearía en el tercero al retador colombiano. “Lo más raro del caso es que después de todo lo que pasó, con la falta de garantías, Rivero y Atocha habían arreglado hacer la revancha en Buenos Aires, pero la AMB se opuso y se terminó haciendo en los EEUU”, recuerda un periodista de larga trayectoria en el rubro. Luego de ese episodio, el organismo internacional suspendió de por vida al árbitro González y al timekeeper, luego de un durísimo informe que elevó el veedor Carlos Chávez.
Del árbitro Rodríguez no se supo prácticamente más nada, apenas una versión que habla de sus supuestos problemas de alcoholismo. La AMB publicaría un comunicado para informar sobre su muerte, con firma del entonces vicepresidente de la entidad Gilberto Jesús Mendoza. “Fue una referencia tanto adentro como fuera del ring”, decía la gacetilla de prensa, fechada el 3 de marzo de 2011. Nunca nadie lo entrevistó, ni le fue a preguntar por qué hizo lo que hizo.
La AMB le permitió dirigir una pelea más, en 1997, a modo de despedida. Pelearon Antonio Cermeño y José Rojas, en Caracas. Ese sería su último combate, el tiro de gracia que le dieron para pasar directamente al olvido. “Ninguno estuvo amenazado esa noche. El problema fue el árbitro Rodríguez, al que se le fue la mano, yo no sé porque lo hizo. Una cosa bochornosa. Aquella vez era mi primera pelea de campeonato mundial. ´¡Ay, Dios mio! ¿qué es esto?`, dije.
Me impresionó cómo se hacían las cosas en el boxeo. Yo era un jovencito de 27 años. Y estaba asombrado ¿Si compraron al árbitro? Sinceramente creo que hay mucho mito entorno de eso. Muchos (árbitros) hacen lo que hacen para que los lleven a pasear de nuevo”, expresa desde Puerto Rico el prestigioso árbitro Luis Pabón, quien fuera esa noche uno de los tres jueces dispuestos a calificar los rounds de la pelea, junto con el panameño José Campos y el venezolano Jesús Celis.
Sin embargo, el Roña Castro cree que hubo una mano negra y que todo estaba orquestado de antemano. “Cuando llegan a la Argentina, a los árbitros los compran, olvidate. Rivero fue el promotor de la pelea. El árbitro tiene que darle perdida la pelea por nocaut, cuando Juan se fue al rincón a bambolearse. Nunca más vi algo así, tan bochornoso”, dice Castro, sin temor a causar antipatías. Sobre este episodio, el mismo Rivero se confesó hace años en una entrevista en TyC Sports.
La charla, rescatada por un informe de TVR, todavía se puede encontrar en YouTube. “Coggi quiso resolver la pelea con una sola trompada, en el primer asalto lo había tirado al colombiano, pero luego amagó tanto, tanto, que el otro le pegó primero y lo fusiló. Le contaron hasta 30 y se levantó. Luego se recuperó y ganó en el séptimo. Me atribuyo todo lo que se hizo esa pelea”, detalló Rivero hace unos años. “¿Qué otras trampas hiciste?”, le preguntó el periodista Marcelo Palacios. “Esta está para contarla porque la vio todo el mundo. Después si querés saber más, vamos a tomar un café”, concluyó Rivero, histórico mánager de campeones.
En una entrevista con Enganche, Coggi se defendió y dijo que si hubo robo, no fue su culpa. “Yo estaba noqueado en Tucumán, en el otro mundo. El cagón fue González que me debía haber matado y no lo hizo. Yo no me podía mantener parado. Conozco lo que pasó porque vi los videos por televisión. A mí Cherquis Vialo y Vila me dieron con un caño, cuando lo único que hice fue llegar al rincón y decirle a Rivero: ‘Si me sacás, te cago a trompadas’.
Apenas sonó la campana, le tuve que pedir a mi técnico que me levante”. Mayúsculo fue el escándalo, tanto que la bronca mediática siguió en el programa de fútbol Tribuna Caliente. Coggi fue junto con su mánager Rivero a enrostrarle el título a Cherquis Bialo, quien le había recomendado retirarse de la práctica boxística. La cosa no pasó a mayores, porque el periodista, que tenía todas las de perder, fue contenido por sus compañeros. Todavía resuena la voz de Julio Ricardo, el moderador del debate, pidiendo a los gritos mesura porque “nosotros nos expresamos en el mundo de las ideas”.
A 25 años de la noche del pecado, sólo faltaba una sola voz, la voz de la víctima del despojo. Eder González todavía sufre lo que le pasó. Trabaja ocho horas por día en una ferretería en Barranquilla, y da clases de boxeo en una plaza pública, porque ni gimnasio tiene. “Nunca me llamó nadie de tu país, te agradezco”, dice y cuenta su versión de los hechos.
“Terminé trabajando en una ferretería porque me arruinaron, son cosas que pasan en la mafia del boxeo, yo tenía todo para ser campeón mundial, pero me robaron la pelea en Argentina. El árbitro y los jueces fueron unos vendidos, los compraron. Al árbitro le dieron 20.000 dólares”, dice, todavía masticando broncas. “Que Coggi le dé las gracias a Dios la mano que le dio. Yo no tendré dinero, pero tengo familia y salud. Pero las cosas pasan por algo. Si yo me hubiese coronado campeón, tal vez hoy era hombre muerto yo, o alguien de mi familia. Ya me habían amenazado aquí en Colombia por no darle un porcentaje a uno que fue mi apoderado.
Hablo de Cristobal Pobón, a quien asesinaron en el 97”. González sigue con su desahogo: “Además, el entrenador de Coggi me frenaba los golpes, y me terminaron los rounds treinta segundos antes. Claro que me dí cuenta de todo eso, porque un boxeador de 12 rounds, se sabe, percibe cuando el round es corto. Lo hacían para que él se recuperara. Me ganaron por las mañas que hicieron. Coggi, Rivero y el árbitro. Recibí un golpe bueno de él y se acabó todo. Esto me hace acordar a un cuento que retrata la pelea entre Jesús y el diablo. Cuando Jesus cayó, contó el árbitro lentamente. Cuando el diablo cayó, tres por tres nueve y una diez”, dice González, quien también apunta contra su ex manejador Sánchez Atocha, ¿el entregador?.
“Después de esa pelea, Sánchez Atocha no me llamó nunca más. Será porque me pagó 40.000 dólares por pelear contra Coggi en Tucumán, cuando en realidad la pelea era por 80.000 dólares. Es decir, no sólo me dieron la mitad del dinero, sino que además me quitaron el 33%. Gracias a Dios, con esa plata me compré una casita en un barrio del sur de Barranquilla y dejé de vivir alquilado. También me compré un taxi pero el chófer me lo chocó a los pocos meses. Ese 1993 fue el peor año de mi vida”, recuerda González.
[Ese combate fatídico nunca debió haber sido para González. Coggi tuvo tres rivales en carpeta, a los españoles Poli Díaz, José Berdonces y al colombiano Hugo Pineda. Ninguno de ellos, por lesiones o cuestiones de bolsas, estaban disponibles. Y entonces apareció González, quien era campeón iberoamericano, y que estaba décimo en el ranking de la AMB.
Era la chance de su vida. Un sueño que se convertiría en pesadilla. Pero aún así, hay algo que tiene bien en claro. “Yo puedo dormir tranquilo de noche. Porque estoy feliz de la vida que tengo. El dinero y la fama y la gloria no es todo en la vida. Uno puede vivir con lo que Dios le da. Como pobre que soy, apenas tengo un par de guantes y una manopla para darle clases a los chicos de la calle. Pero voy a seguir trabajando duro”. Algún día, tal vez, Eder González obtenga su recompensa.