Por Adrián Michelena

Es como si Dios comprara un ticket para ver al Diablo. Pero ocurrió y es cierta la historia. Nelson Mandela, el líder mundial de la paz, se había quedado sin boletos para la noche del 8 de junio del 2002 en la Pirámide de Memphis.

El sudafricano algo preocupado ni dudó en pedir ayuda. Porque este fanático del boxeo, que ensayó golpes hasta cuando vivió 36 años preso, no se iba a perder la guerra del año. Peleaban Mike Tyson y Lennox Lewis. Entonces, levantó un teléfono y marcó el número de un viejo amigo suyo, Don José Sulaiman, histórico presidente del Consejo Mundial de Boxeo.

La voz calma de Madiba hacía transpirar al dirigente mexicano. La charla fue breve y amigable, certera y sin vueltas. “Me dijo que quiere cuatro entradas para ir a ver a Tyson, y ya sacó los pasajes de avión”.

Hasta las entradas de protocolo estaban agotadas. Y cada boleto se vendía en el mercado negro a diez mil dólares.

Fue entonces que Sulaimán, veloz como Speedy González, levantó otro teléfono. Con su sonrisa llena de dientes, y el oro radiante que lo acompaña, apareció en escena Don King, muchos años dueño del circo. “No problem”, dijo. Como por arte de magia, aparecieron las entradas. Mandela le agradeció al cielo poder vivir ese infierno, sentado, en la primera fila.

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