Canelo no está cerca de la gente como la mayoría de sus compatriotas que hicieron brillante la historia del boxeo azteca. Gana coronas, pero no logra trepar al peldaño que más ambiciona: ser el mejor de todos.
Por Osvaldo Principi / LA NACIÓN
El mexicano Saúl «Canelo» Álvarez optó por uno de los caminos más efectivos que ofrece el boxeo para consagrar a sus atletas: apoderarse del objetivo. No solo alcanzó su cuarta corona en pesos diferentes, sino que potenció un hecho estadístico ajeno desde 1938 y acopiado por el célebre estadounidense Henry Armstrong: poseer tres títulos mundiales en distintas categorías a la vez. Un suceso que parecía irreproducible. Sin embargo, favorecido por las nominaciones «honoríficas» de las actuales diademas, «Canelo» pudo mantener en su poder el cetro mediano (AMB) y «Franquicia CMB» (72,574 kg) , supermediano «regular» AMB ( 76,200 kg), donde el campeón legítimo es el inglés Callum Smith y, ahora, el semipesado (OMB) (79,378 kg) obtenido con un magistral KO en el 11º round sobre el ruso Sergey Kovalev, anteanoche, en el MGM Grand de Las Vegas.
Alvarez sigue siendo el elemento comercial más atractivo de la industria de este deporte. Se estima que más de cien millones de personas presenciaron por TV su victoria sobre Kovalev pese a la nueva merma que volvió a producir en la venta de entradas en Nevada, 14.490, casi mil menos que en su último match con Daniel Jacobs, en mayo pasado.
Suma ganancias increíbles: 35 millones de dólares esta vez. Sin embargo, el gran sentido, legítimo y pasional, que presiona a «Canelo» hoy es una tercera pelea con el kasajo Gennady Golovkin, con quien empató y ganó por puntos en un injusta decisión.
«Les demostré a todos que «Canelo» es una garantía. Había que terminar la pelea en los últimos tres rounds de campeonato y lo hice. Tuve paciencia. Me siento cómodo en este peso y veré dónde seguir. ¿Golovkin?, creo que es un tema terminado, no lo tengo en mi cabeza, pero si significa el mejor negocio habrá que pensar qué hacer con él», aseguró.
Álvarez, de 29 años y un récord de 53 victorias (36 KO), una derrota con Floyd Mayweather y dos empates, lució lento y poco estético con sus 79,150 kg, distribuidos en muslos, nalgas y antebrazos de «pesista». Se mostró dudoso y -extremadamente- pensante para acortar las diferencias físicas ante Kovalev, 13cm más alto. El desarrollo del match solo lo beneficiaba en la puntuación de dos de los jurados que determinaban 96-94 en su favor, mientras que el restante indicaba igualdad en 95. La tarjeta de LA NACION arrojaba 96-94 para Kovalev.
Álvarez no mostró mucha emoción a la hora de declarar. Quiso ganar y así hizo. En tanto, Kovalev, de 36 años y una carrera de 34 éxitos y 4 reveses, supo siempre que en algún instante su estrategia inteligente para una pelea productiva y poco emotiva, vacilaría. Y vaciló. Cansado y con muy poca fe, recibió un infantil cross izquierdo que lo desestabilizó y luego un cross derecho que lo fulminó. Russell Mora, el juez del match, ni siquiera contó los 10 segundos y adjudicó el KO directo, tal lo marcan las reglas de Nevada y California, probablemente las peores del continente.
Una buena definición borra un libro de objeciones boxísticas. Álvarez se muestra férreo en crear una imagen de ídolo duro. No está cerca de la gente como la mayoría de sus compatriotas que hicieron brillante la historia del pugilismo azteca. Trabaja duro con su equipo pero cree ser la pieza excluyente. Gana certificados y coronas, pero no logra trepar al peldaño que más ambiciona: ser el N° 1, el mejor de todos.
Para ello, deberá volver a pasar por los puños de Golovkin o invadir un estadio londinense y pelear con Callum Smith, dueño real de una corona de la cual «Canelo» tiene una porción pequeña. Necesita imperiosamente una gran hazaña para convertirse en un gran héroe. Aún no lo es. Es una estrella del ring con un tratamiento particular. Su tremendo KO sobre Kovalev dio vida a una foto magistral. Imprescindible para mantenerlo en los sitios de los divos que no terminan de convencer cuando suena la campana.