El ex campeón campeón mundial de peso completo y un gesto inédito en la historia del deporte. Un relato sobre la noche en la que Louis protegió a su rival.
Por Adrián Michelena / Enganche
A mediados de 1938, Joe Louis, El Bombardero de Detroit, se había convertido en un animal político luego de haber tumbado al gigante alemán Max Schmeling. Ese hecho deportivo, contado y retratado hasta el hartazgo, había sido visto por la prensa norteamericana como la victoria de los Estados Unidos libre sobre la Alemania nazi. Lógicamente, Nueva York quería volver a ver arriba del ring a esa bestia negra, que cada vez era más blanca a los ojos exitistas.
En enero del 39, el Madison Square Garden abrió sus puertas para el deleite de los fanáticos. La cartelera de fondo tenía a Joe Louis ante John Henry Lewis, una estrella mundial contra otra figura de menor relieve. “No quiero lastimarlo”, le dijo Louis a su entrenador Jack Blackburn. “No quiero hacerlo lucir mal”, agregó Louis, más pesado y más potente. Pero show must go on, Y a Louis lo carcomía la bronca y la resignación. Tenía que darle la extremaunción a un tipo querido y respetado.
Lewis, por su parte, intentaba convertirse en el primer campeón mundial en dar el salto de la categoría mediopesado a pesado, apunta Wikipedia. En realidad, era campeón de la National Boxing Association (NYSAC), el equivalente a la corona del mundo, desde 1921 a 1962. Según las crónicas de la época, Lewis era una excelente persona y el mundo del boxeo le presentaba la oportunidad de retirarse a los 25 años (peleó 116 veces) con una buena bolsa.
Sin embargo, su sueño explotaría con los bombazos de Louis, quien ganó sin sobresaltos. Lo que no cuentan los libros lo contó alguna vez el periodista Lester Bromber, ex cronista del New York World Telegram. “No quiero lastimarlo”, insistía Louis, que ya había tomado una decisión en la semana previa al combate: alargar la faena. Se había juramentado hacerlo durar seis o siete asaltos. Para cuidar la imagen de su oponente y no masacrarlo sin piedad de entrada. Algo que Muhammad Alí haría luego a lo largo de su carrera. “Estás equivocado, Joe”, le respondió su entrenador. “Lewis necesita que lo termines cuanto antes”.
Louis se enteró que Lewis ya estaba casi ciego del ojo izquierdo y se convenció que prolongar la agonía de su rival hubiera sido provocarle un daño mucho mayor. Lewis había sufrido tres años antes serias lesiones en un nervio óptico. En una sesión de sparring se habría originado el problema. Luego se agravó en dos batallas ante Willie Reddish, en Washington y ante el británico Len Harve, en Wembley.
“John Lewis está ciego de un ojo, si lo dejás pelear algunos asaltos, podrías apagarle el otro ojo”, le dijo su entrenador. Entonces Louis, con todo el dolor del mundo, fue y pegó con alma y vida. Pegó para no lastimar. Se ideó un plan maestro. No utilizó el jab, el famoso golpe que repiquetea en los ojos del rival. Sólo golpes de poder para conseguir el remate. Lewis cayó una, dos y tres veces en el primer round. Le pelea duró apenas 2 minutos 29 segundos. Louis fue llevado en andas por ser el campeón. Ninguno sabía lo grande que era.