Es la reina de la categoría gallo de la OMB y este sábado defenderá su título en Villa Gobernador Gálvez ante la chaqueña Marianela Ramírez. Una historia de lucha y superación.

Luciano González / Clarín

La urgencia arreciaba. En los primeros meses posteriores a la debacle del gobierno de Fernando de la Rúa y la gestión interina de Eduardo Duhalde, lo único que sobraba en el Gran Rosario era necesidad: el desempleo afectaba al 22,9 por ciento de los trabajadores y la pobreza arañaba el 55 por ciento. Urgido por parar la olla, Nindolfo Tito Bermúdez, ex campeón chaqueño de boxeo y albañil desocupado, apelaba como rebusque a la recolección de cartones junto a sus dos hijos mayores.

Uno de esos días de búsqueda, Daniela, que tenía 12 años, encontró dentro de una caja desechada una imagen de la Virgen de Luján. “En ese tiempo, no sabía qué era creer en algo. Pero me la llevé y le pedí que nos ayudara a salir de la malaria. Yo quería hacer algo distinto en la vida”, recuerda.

Más de 15 años pasaron y aquella figura de bronce todavía acompaña a Daniela Romina Bermúdez​ en cada una de sus peleas. Otra, plateada y más pequeña, viaja colgada de su cuello con una cadenita. Y en su hombro izquierdo la tiene tatuada. “Ella me ayudó demasiado”, justifica.

Hacer algo distinto, en su vida, fue boxear. Y ganar. Es la campeona gallo de la Organización Mundial de Boxeo y la mejor del planeta en su categoría. Antes fue reina en las divisiones supermosca y supergallo. Y en mayo recibió el premio Firpo de Oro, que la Unión de Periodistas de Boxeo (Uperbox) otorga al mejor o la mejor púgil del país, sin distinción de género.

Daniela Bermúdez sostiene la imagen de la Virgen de Luján que la acompaña desde hace más de 15 años. (Foto: Juan José García)

La adolescencia está plagada de ritos de iniciación. Para las mujeres, quizás el más importante es el cumpleaños de 15. Para Daniela también lo fue, pero no hubo cotillón ni brindis ni vals ni souvenirs: el día del 15° aniversario de su nacimiento realizó su primer combate como amateur en Arroyo Seco, 30 kilómetros al sur de Rosario: ganó por puntos.

“Después de la pelea, me cantaron el feliz cumpleaños”, rememora. Admite que ese día sintió miedo. “Pero con el paso del tiempo lo fui perdiendo. Ahora tengo recelo de que no me salgan bien las cosas o que no sea mi noche, pero hay que controlarlo. Si no, no podría hacer esto”, explica.

El recorrido había comenzado dos años antes, cuando había visto consagrarse campeón rosarino amateur a su hermano Gustavo, quien como profesional llegaría a ser monarca latino ligero y superligero del Consejo Mundial de Boxeo. Entonces le pidió a su padre que la entrenara. “Me dijo que era duro, pero que me iba a acompañar si era constante. Desde el primer día me sentí cómoda haciéndolo”, cuenta.

Esa comodidad que experimentaba en el gimnasio a veces se daba de bruces con las limitaciones con las que convivía mientras alternaba el entrenamiento con el trabajo como ayudante de albañil junto a su padre. Nada sobraba. Por eso más de una vez tuvieron que viajar a dedo a alguna de las 70 peleas que Daniela hizo como aficionada. “¿Será que vamos a llegar?”, se preguntaba una y otra vez. Admite que alguna vez tuvo “ganas de tirar todo”. “Pero mi papá me decía: ‘Hay que seguir luchando’”.

Papá es una palabra que surge constantemente en el discurso de la campeona. “Él es muy detallista, me corrige permanentemente, pero además me da una fuerza que nadie me podría dar. A veces estoy decaída y él me levanta enseguida. Siempre está con una sonrisa”, lo elogia. Desde un rincón del gimnasio, Tito, orgulloso, la escucha. Luego dirá que su hija es sumamente disciplinada y que eso le ha permitido progresar enormemente desde que se calzó los guantes por primera vez.

Como aquel cumpleaños de 15 celebrado sobre un cuadrilátero, el debut profesional de La Bonita también tuvo reminiscencias de ritual adolescente: derrotó por puntos a Roxana Barón en San Carlos de Bariloche, una ciudad a la que había soñado ir de viaje de egresados. No pudo porque debió abandonar la escuela cuando estaba cursando séptimo grado para ayudar en el cuidado de Leonardo, su hermano menor, que había contraído una meningitis. El boxeo le dio revancha.

Y entonces se trepó a una montaña rusa que nunca se detuvo. Acumuló triunfos, algunas derrotas angustiosas, títulos y un puñado de experiencias tan inesperadas como inolvidables. Como su primer viaje en avión: 38 horas para llegar a Tokio, donde noqueó a la local Tomomi Takano. “Le tengo terror a las alturas. Cuando subí al avión, sentí que me iba a morir. Pero esas dos semanas allá fueron hermosas. Japón es otro mundo y la gente es súper respetuosa”, asegura.

O su excursión a México, donde superó a Mariana Barby Juárez, un ícono del pugilismo femenino en ese país. O ver reflejada su vida en un documental, “La Bonita”, dirigido por Fernando López Escriva. “Al principio, me sentía incómoda porque nos seguían a todos lados con las cámaras. Pero ellos se portaron muy bien y además me ayudaron a abrirme un poco”, reconoce.

Daniela es tímida. Asegura que le costó mucho acostumbrarse a las cámaras, a los micrófonos, a la exposición, pero admite que disfruta una porción de ese reconocimiento: “Muchas chicas que están empezando a boxear me escriben para decirme que me admiran y me piden consejos. Todavía me cuesta creerlo, pero es muy lindo que pase”. Es moderada en el uso de la palabra. Sin embargo, hay un tema de conversación que hace que su lengua se afloje y sus ojos verdes se iluminen: su familia.

“Si no fuera por ellos, no sería quien soy”, sintetiza. Los Bermúdez son una familia de boxeadores. No sólo Tito, el precursor, y Gustavo, el hermano que inspiró a Daniela y que ahora colabora en su preparación, han recorrido sus vidas ligados a los guantes. Las dos hermanas menores de La Bonita también son púgiles: Evelyn es campeona minimosca de la Federación Internacional de Boxeo y Roxana ya realizó cinco peleas como profesional.

Detrás de ellos está Juana Cuevas, la mujer que debió tragar saliva cuando sus hijas tomaron este camino. “Al principio, no quería saber nada con que nosotras boxeáramos. Tenía miedo de que nos lastimaran. Pero después aceptó que era nuestra elección y ahora está en todo momento con nosotras. Se encarga de organizarnos la dieta y nos cocina. Es de fierro”, enfatiza Daniela. Eso sí: Juana nunca ve las peleas de sus hijas. Los nervios son más fuertes.

Daniela Bermúdez ya fue campeona en tres categorías, fue reconocida como la mejor boxeadora del país y hasta se dio el lujo de derrotar a Marcela La Tigresa Acuña. “Pelear con la licencia número uno de Argentina fue un orgullo. Y fue una locura haberle ganado. Esa noche lloré mucho”, recuerda.

Este sábado defenderá su título gallo de la OMB ante la chaqueña Marianela Ramírez en el club Olímpico de Villa Gobernador Gálvez (transmitirá TyC Sports desde las 23.30) y luego planea subir de categoría para buscar desafíos grandes, como retar a la multicampeona puertorriqueña Amanda Serrano, monarca pluma de la OMB y el CMB.

Por ahora, la idea del retiro no aparece ni difusamente en su cabeza. No sólo porque está en su pico de rendimiento, sino porque el boxeo, esa actividad que empezó como un hobby, se transformó en su terapia. “Estoy muy acostumbrada a la gimnasia, a pegarle a la bolsa. A veces dejo de entrenarme una semana después de una pelea y ya siento que me falta algo. Esto es mucho más que un trabajo. Es un relax. Me ayuda demasiado a descargar las tensiones”, explica.
Demasiado es otra palabra que Daniela utiliza casi como una muletilla. Quizá porque cada paso costó demasiado desde aquellos tiempos en que la imagen de bronce de la Virgen de Luján se cruzó con ella. “Somos una familia muy humilde y sufrida. Tuvimos una vida bastante jodida, nos tocó cirujear, juntar cartones. Y el boxeo nos dio todo y nos cambió la vida”, resalta.

Llamativamente, recordar esos momentos de penuria, los más ásperos de su vida, le cuesta mucho menos que rememorar sus victorias sobre un cuadrilátero. ¿Por qué? Daniela lo tiene claro: “Contar de dónde venimos me ayuda, porque no quiero olvidarme nunca quién soy, lo que me tocó pasar y el sacrificio que hicimos con mi familia para llegar hasta acá”.

Discriminación en el ring

El boxeo femenino fue reglamentado en Argentina el 23 de marzo de 2001. Desde el primer combate profesional en el país, entre Marcela Acuña y la estadounidense Jamillia Lawrence, en el estadio de la Federación Argentina de Box, hubo avances evidentes. Sin embargo, al igual que en otras disciplinas, existe una brecha grande entre las condiciones en las que hombres y mujeres practican el deporte. Y existe discriminación.

“Cuando empecé, me gritaban: ‘Andá a lavar los platos’. Me daba impotencia por el sacrificio que estaba haciendo, que es el mismo que hace un hombre e incluso un poquito más”, recuerda Daniela, quien por esto procura acompañar a sus hermanas en cada una de sus peleas. “No quiero que ellas sufran esa discriminación ni que les pase lo que me pasó a mí”, enfatiza.

El aspecto económico no es menor, porque allí las diferencias son siderales. “Las bolsas que cobran las mujeres son muy bajas y eso es muy injusto. El día que me retire, lo haré sin un peso”, asegura. Y revela que muchos potenciales auspiciantes le dieron la espalda, porque no querían invertir en el boxeo femenino.

Más allá de ello, la rosarina destaca que el pugilismo femenino experimentó progresos en la última década. Por la incorporación al deporte de más y más compañeras de ruta (“Me encanta que muchas mujeres estén construyendo el futuro de nuestro boxeo”, cuenta). Y porque de a poco muchos hombres miran y disfrutan esta práctica. “Antes no era así, nos decían: ‘¿Por qué te hacés pegar?’. Eso me daba impotencia, porque no aceptaban que esa era mi elección”, recuerda.

La falta de apoyo

Los golpes de los guantes a la bolsa retumban contra el tinglado del gimnasio instalado en el fondo de la casa de Gustavo, el mayor de los seis hermanos Bermúdez, en el barrio San Martín Sur de Rosario. Cuando el sonido se apaga, se escucha el canto de los pájaros. “Acá nos sentimos muy cómodos”, asegura La Bonita.

El espacio es pequeño, los elementos no abundan, pero tampoco faltan. “Lo hicimos a pulmón entre toda la familia”, sostiene la campeona. Para ello contaron con el aporte de José Alberto Beto Fantini, secretario general de la Federación Gremial del Personal de la Industria de la Carne y sus Derivados, y del Hotel Rouge, que donó el ring que allí se usa.

Antes de contar con su propio espacio, los Bermúdez utilizaban una unidad básica en Villa Gobernador Gálvez, en el conurbano rosarino, que les había cedido el histórico dirigente peronista Pedro Jorge González, ex diputado nacional e intendente de la localidad durante cuatro períodos.

El dinero que percibe en concepto de bolsa por cada pelea no es suficiente para solventar los gastos que demanda el entrenamiento de una boxeadora de elite. “La dieta es muy cara y también las vitaminas. Además, tengo gastos en zapatillas y en ropa. Es demasiado”, se lamenta Daniela, quien no recibe apoyo municipal ni provincial para su carrera. Hasta fines de 2015 contaba con una beca de la Secretaría de Deporte de la Nación, pero con inicio del Gobierno de Mauricio Macri las transferencias se cortaron.

¿Cómo se sostiene entonces esta estructura? Gustavo hace su aporte y Tito enseña boxeo en el gimnasio familiar. Pero eso que nació como una pequeña fuente de recursos terminó adquiriendo una función social en un barrio con urgencias. “Algunos chicos pagan una cuota mínima y con eso nos sostenemos. Pero a muchos mi papá no les quiere cobrar porque son muy humildes. Queremos que se distraigan un poco. El boxeo los ayuda a no pensar en cosas malas”, explica su hija.

Newell’s, la otra pasión

De casa al gimnasio y del gimnasio a casa. La adaptación de aquella recomendación a los trabajadores del entonces coronel Juan Domingo Perón es la máxima que organiza la cotidianidad de Daniela Bermúdez. Su vida gira alrededor del boxeo, pero sus ratos libres se consumen con actividades que nada tienen que ver con los guantes. “Tengo una máquina de coser y me entretengo haciendo ropa. También me gustan las plantas y pintar”, relata.

Todo eso lo hace en la casa que comparte con su novio, Gustavo García, en Villa Gobernador Gálvez. Una casa que la campeona, al igual que su carrera, edificó con sus propias manos y con la ayuda de su padre, sus hermanos y sus hermanas. Y en apenas tres meses. “Yo me entrenaba y después me iba a trabajar en la construcción. El día que la vi terminada, lloré demasiado. Nunca pensé que fuera a tener mi propia casa”, cuenta orgullosa.

Daniela es futbolera y fanática de Newell’s. Suele ir a ver partidos al Coloso Marcelo Bielsa, varias veces la invitaron a entrar a la cancha para exhibir sus cinturones y sueña con pelear alguna vez en el club de sus amores. Incluso intentó convertir en leproso a Bautista, su ahijado y sobrino, pero chocó con la enfática negativa de su hermano Gustavo, hincha de Rosario Central. Los chicos son otra de sus debilidades: “Amo a mis sobrinos, me gusta jugar con ellos. A veces los padres se enojan porque los malcrío mucho”.

HS