Una vida a los golpes y con una cantidad de contratiempos que lo marcaron, le enseñaron y lo fortalecieron. El impacto más inesperado vino con la muerte de su padre, hace ya diez años, pero allí también encontró combustible para seguir en la lucha.
Por Adrián Michelena / Enganche
Don Daniel Saucedo se llevó el secreto a la tumba. Tres días después de haber acompañado a su hijo a pelear a Indonesia, partió de este mundo, sin previo aviso. Y nadie sabe bien qué hizo con el dinero que habían ganado en Asia. Claro, el viejo era quien cuidaba con especial recelo la bolsa de su hijo Fernando, porque éste acostumbraba a despilfarrarlo y, es bien sabido, la vida del boxeador es corta como para asegurarse un buen pasar. Tras el duelo, toda la familia se propuso encontrar el tesoro. Cavaron en el fondo de la casa en Florencio Varela, buscaron abajo del colchón, en el galpón, alguno hasta revisó debajo de los escombros de una obra en construcción contigua… Desanimados, con la partida de defunción en mano, fueron a los bancos de la zona. Hasta encontrar una cuenta con el nombre del difunto. Pero el dinero nunca apareció. El botín estaba calculado en 150 mil pesos de ese entonces. Algo así como dos millones 200 mil pesos de hoy. Saucedo hijo cuenta la anécdota y sonríe, los boxeadores son tipos duros…
Le costó al Vasco Saucedo reponerse de ese golpe, pero lo hizo y hoy con 37 años está coronando una carrera prolija, de interesante récord profesional, con 63 peleas ganadas, 3 empatadas y 9 perdidas. Luego de la muerte de su papá, junto con sus hermanos, Fernando intentó seguir el legado del gimnasio La Patriada de Florencio Varela. Y en la curva de Raymundo, a tres cuadras del hipermercado, funciona un gimnasio que tiene por objeto sacar a los chicos de la calle. “Mientras haya pobres, más boxeadores van a haber. El boxeo es una salida laboral y es una manera de sacarse la mufa de las necesidades que uno pasa. La gente anda mal, en la calle, sufriendo hambre de verdad. Por eso el gimnasio es un refugio de todo eso, hay que quererlo. Acá vienen chicos que quieren progresar y chicas que, por ejemplo, desean sentirse más seguras respecto de la violencia de género”, dice Saucedo y reflexiona sobre el oficio de boxeador.
“El boxeo como trabajo social es muy bueno para sacar a los chicos de la calle. Le da una posibilidad a un chico que ni la tiene. Yo no terminé ni la primaria. Tuve una infancia complicada y hoy tengo la fortuna de haberme comprado dos casas gracias al deporte. Estos últimos años estuvo frenado el deporte por culpa de la política a nivel nacional. En mi caso no fue así, porque en Varela siempre me apoyaron. Me parecía una locura que quisieran cerrar el Cenard, si de ahí salieron Las Leonas, tantos boxeadores… Lammens viene del deporte y va a tener la cintura suficiente para mantener el Cenard abierto”, agrega. Y analiza el delicado momento por el que atraviesa el boxeo argentino, con el Luna Park cerrado y sin grandes carteleras: “La gente cada vez ve menos boxeo porque no hay cruces que incentiven. Ojalá que esto cambie, con boxeadores muy buenos, de la talla del Avión Gauto, Tito Lemos y Fernando Martínez, entre tantos otros que me gustan”.
Ser boxeador en la Argentina es un periplo parecido al de Ulises en su vuelta a Ítaca. El camino está plagado de monstruosos contratiempos; por eso, perder dos millones de pesos no es un golpe mortífero. Porque antes, Saucedo ya había sobrevivido a grandes pesares, cuando era un niño que vivía en la calle, que pedía pan en las panaderías del barrio, y que dormía en la estación del Cruce de Varela junto con su madre y a su hermano Marcelo. “Vivimos en la estación de tren y en obras en construcción. Mis viejos se habían separado y nosotros nos fuimos con mi mamá. Yo era chiquito. Mi papá no sabía nada. Después de unos meses, cuando se enteró, le compró un terreno a mi mamá, nos hizo la casa y nos puso un negocio. Pero esos meses en la calle me marcaron para siempre”, recuerda Saucedo.
Vaya paradoja, ahora es él quien lucha para sacar de las calles a los chicos del barrio. Y Saucedo, a pesar de haber obtenido una mejora en su pasar económico, nunca se fue de Florencio Varela. La ciudad, agradecida, llenó los estadios en los que a Saucedo le tocó pelear. Y el Municipio durante diez años lo apoyó fuertemente para que se pudiera dedicarse al deporte de alto rendimiento.
Por no tener una mano de nocaut, Saucedo hizo una carrera sin grandes estallidos. Los estilistas sin pegada tienen ese problema en el boxeo de elite, el gran mercado no los compra. Los abonos de televisión se venden si hay dramatismo, finales abruptos. Privilegio de los noqueadores o de los superdotados. Saucedo no tenía esos condimentos. “Si hubiera tenido la pegada del Chino Maidana, el camino hubiera sido mucho más corto. Había peleas que se complicaban y había que sacarlas a flote. Pero se dio así, uno nace con cierta pegada, podés entrenarte hasta cierto punto. Me tocó esto y tuve que hacer prevalecer la parte técnica, con el fin de suplementar lo que no tengo de pegada. De todos modos, mal no me fue. En 2014, me di el lujo de pelear en los Estados Unidos, por el título mundial, contra Rances Barthelemy, y el relator de esa pelea para la televisión fue un tal Sugar Ray Leonard”, infla los pulmones y el pecho el Vasco Saucedo, que relojea su carrera por el espejo retrovisor, como si ya no le quedaran muchos kilómetros por delante.
En diciembre último le ganó a la Cobra Miguel Cáceres, un probador de 107 peleas, quien le ayudó a retomar ritmo. En el ida y vuelta de la charla con Enganche, surgen más anécdotas, risueñas y no tanto. Como el día que abandonó la Selección Argentina del maestro Sarbelio Fuentes, porque se puso de novio, sin importar que en el equipo estuvieran Omar Narváez o Natalio Carrera. También aparecen dos frustraciones, como las peleas suspendidas en Vélez y en Wembley, para las que se había preparado con trabajos y dietas extenuantes. Iba a pelear contra un inglés en la velada de Maravilla vs. Murray, pero luego del triunfo del quilmeño, la gente se subió a festejar, el ring velezano se rompió y Saucedo se quedó sin batalla. Y cuando iba a pelear en Wembley, tiempo después, una infección en una muela lo obligó a bajarse del combate poco tiempo antes del gran show.
Sin embargo, Saucedo nunca claudicó y hoy está agradecido a la vida. “Hay que pelear y pelear, porque la vida no está hecha para cobardes que se quedan buscando excusas”, agrega el Vasco. Y mira el cielo. Le agradece a su padre. “De pibe lo odié porque me hacía acostarme a las nueve la noche, mientras mis amigos se iban a bailar. Hoy le agradezco, porque le debo todo lo que tengo”. El tesoro de Saucedo nunca apareció. Pero su mayor fortuna es el legado de su viejo.