Coronavirus. Obreros del ring: la dura realidad de tres boxeadores en tiempos de cuarentena. Las historias de Rodrigo Areco, Ricardo Ceja y Darío Musa.
Por Andrés Vázquez – LA NACIÓN | Fotos: Mauro Alfieri
En el improvisado gimnasio que montó en el patio de su casa, la cumbia no logra enmudecer el repiqueteo de los pies sobre el cemento. Fiel a los designios de los que buscan ganar unos pesos con el boxeo, Rodrigo Areco salta la soga y hace sombra en soledad con la misma intensidad que suele hacerlo próximo a sus peleas. Poco le importa saber cuándo y contra quién volverá a subir al cuadrilátero, solo le interesa estar preparado para aprovechar la oportunidad que surja, como buen obrero del ring. «Espero que cuando termine todo esto del coronavirus salga alguna peleíta. Hace 20 días que no puedo salir a la calle a laburar y se me está complicando para poder comer», cuenta el joven al que sobrellevar la cuarentena le está costando como a tantos argentinos.
La historia de Areco es una verdadera muestra de la indefensión y la precariedad con que le toca afrontar el aislamiento obligatorio ocasionado por la pandemia al 80% de los 1000 boxeadores con licencia profesional enrolados en la Federación Argentina de Box.
Lejos de los ingresos y el apoyo con que cuentan las figuras, Pinino es un novato probador que debe articular la práctica del deporte con la venta ambulante de productos de limpieza para poder mantener a su familia y salir adelante en la vida. «Por ahora vengo zafando con los 500 dólares que gané en una pelea en Chile, en diciembre, antes de que se arme este despelote. Pero, si no salgo a patear la calle, me es imposible vivir con lo que gano boxeando en Argentina. Por una pelea, como mucho, llego a ganar 15 lucas y tengo 10.000 pesos de alquiler», se queja.
Sin un sindicato que se preocupe por agruparlos y generarles mínimas condiciones laborales, un alto porcentaje de boxeadores están atravesando necesidades económicas por no poder desarrollar los empleos -generalmente informales- con que complementan la práctica del boxeo.
Salvo un par de excepciones, no hay púgiles en el país que vivan de su actividad. Las bolsas suelen ser magras y solo en algunas peleas televisadas los fondistas llegan a cobrar entre 40.000 y 60.000 pesos (la cifra sube si está en juego algún título argentino o latino), y a lo sumo pueden aspirar a tres combates de esa magnitud por año.
«Yo siempre tengo el bolsito listo. Si me conviene la guita agarro viaje, porque por ahora los golpes son parte del oficio y no duelen», confiesa Rodrigo, que con su condición de preliminarista cobra un promedio de 3000 pesos por round . Generalmente, sus peleas son a cuatro o seis.
Movido por la necesidad, Areco se resignó muy rápido a no ser una figura. Solo 23 años y cinco peleas (tres triunfos y dos derrotas) fueron suficiente para que pase a ser considerado por los promotores como un buen probador de sus ascendentes promesas. Viaja tres horas todos los días desde Marcos Paz para entrenarse bajo las ordenes de Federico Balmetti en el gimnasio Oriani, en Almagro.
Sin sueños de triunfos, el joven nacido en Carhué, radicado en Marcos Paz desde hace tres años, boxea para poder llevar el pan a su esposa Yanela y a su hija, Indira, de un año. Su mayor victoria trasciende al ring: noqueó a la adicción del alcohol y se sobrepuso al tortuoso pasado que lo aquejaba (su madre fue asesinada y su hermano se suicidó).
«Cuando arranqué a boxear solo quería llegar a ser campeón mundial. Pero cuando vi cómo se manejan en el ambiente me tomé el deporte como un laburo digno. Me gustaría que las condiciones cambien y que en algún momento pueda ganar algún título. Mientras tanto tengo que seguir entrenando y dejar todo cuando me toque subir al ring para ganar. Si lo logro, joya; sino, lo primordial es cobrar, porque tengo una familia que mantener», admite resignado.
La teoría está en los libros y va de boca en boca por los gimnasios donde se enseña el noble arte: «El boxeo no es solo un deporte, también es una forma de resistencia y dignidad».
El sueño de la pizzería
De ese principio también se aferró Ricardo Cejas para reinventarse en tiempos de cuarentena. Sin la posibilidad de subir al ring y con pocos ingresos en el kiosco que posee en su casa del barrio Parque Barón, en Lomas de Zamora, comenzó a amasar y vender pizzas por encargo.
«El fuerte del kiosco eran las ventas por la noche, y al tenerlo abierto las 24 horas le hacía una buena diferencia. Pero ahora lo tengo que cerrar temprano y las ventas bajaron. Así que invertí en un horno y arranqué a vender pizzas. Con eso me la voy rebuscando, gracias a dios los vecinos me dan una mano», comenta el joven, casado con Camila Heredia, también boxeadora, y padre de tres hijos.
A los 32 años, Ricky, como lo apodan en el ambiente, es un boxeador con experiencia y mucho roce internacional. Su estilo aguerrido y la necesidad de ganar buenas bolsas lo llevaron a combatir por Chile, Francia y Australia. «Lo poco que gané en esas peleas lo invertí en el kiosquito. Acá es muy difícil ganar buena plata. Y más si no somos boxeadores de los promotores que manejan la tele. Muchas veces, para pagarnos nuestras propias bolsas -aparte de entrenar y pelear- tenemos que salir a vender las entradas del festival», dice Cejas, quien tiene un récord profesional de ocho triunfos, once derrotas y dos empates.
Hoy Cejas tiene su hoja de ruta trazada de cara al futuro, aunque es cauto, en cualquier caso. «Mi rol en el boxeo no va a cambiar. Por eso debo aprovechar el momento para juntar una moneda y hacer crecer los emprendimientos que me permiten vivir dignamente. Mi idea es ponerme una pizzería bien completa. Acá en el barrio es muy necesaria», se ilusiona el pupilo de Alberto Zacarías, que en la lucha y la resistencia es un verdadero campeón.
Volver al boxeo por necesidad
Otro ejemplo de cómo el aislamiento obligatorio decretado por el presidente Alberto Fernández puso en evidencia la desprotección que soportan los boxeadores argentinos, es Darío Musa , un esforzado púgil que desde hace 11 años trabaja en la feria La Salada como carrero. «Esto me mató. A mí me pagan por día y si la feria está cerrada no cobro», admite el joven de 32 años, quien tiene seis hijos, vive en la Villa Madrid, en Lomas de Zamora, y es parte del 55% de los argentinos que disponen de un trabajo precario que apenas supera los 20.000 pesos mensuales.
«Yo había abandonado el boxeo por una lesión en la mano y porque estaba un poco desencantado. Hice cinco peleas y me mandaron al muere rápido. Pero como la plata que gano changueando no me alcanza, volví a entrenar para pelear y tener un ingreso más. Mi mujer cobra la asignación universal por hijos y el estado nos está ayudando con la tarjeta alimentar, pero si esto no se soluciona pronto no sé cómo me las voy arreglar. Ojalá que en mayo aparezca alguna oferta para pelear», cuenta preocupado Musa, quien hizo su último combate oficial con licencia FAB el 21 de octubre de 2015.
Sin dudas el boxeo es la plataforma para que varios jóvenes puedan escapar de los peligros de la calle, que en muchos casos va agarrada de la mano con el mundo de las drogas y la delincuencia. Es sabido que son pocos los que suelen llegar al éxito. Y muchos, como Areco, Cejas y Musa, que prestan el cuerpo y la salud para mantener el engranaje de una actividad que brinda una decena de festivales profesionales legales por fin de semana en todo el territorio nacional.
«La existencia de la FAB se la debemos a los boxeadores, por eso estamos estudiando cómo ayudarlos cuando termine todo esto. La idea es aumentar la cantidad de festivales y darle oportunidades deportivas para que puedan hacerse de plata», cuenta para LA NACION Luis Romio, presidente de la Federación Argentina de Box.
En la Argentina, un boxeador considerado promesa puede llegar a combatir unas seis veces al año. Los que están en la cumbre, solo dos o tres, con dos meses de preparación para cada combate. Sin embargo, púgiles como Areco y Musa siempre tienen que estar preparados. La necesidad es la que manda. Y el oportunismo de algunos promotores los suele poner contra las cuerdas. «A veces aceptamos peleas sabiendo que vamos a perder», acota Musa, consciente de que al rechazarla puede correr el riesgo de no volver a ser convocado. «Si uno dice que no, hay cientos de profesionales dispuestos a tomar la oportunidad. Por eso yo agarro viaje si la plata es buena», sentencia en consonancia Areco.
«No queremos que el boxeador sea carne de cañón y apenas termine esto acepten pelear sin preparación. Aunque nos será muy difícil evitar que eso pase. Con esta merma de espectáculos, los que antes peleaban cada 45 días ahora van a tener que pelear cada 60 días. Así todos tienen la posibilidad de ser programados en los distintos festivales del país y evitamos que los chantas hagan su negocio», aclara el directivo.
El último festival boxístico organizado por la FAB, antes de que se decrete la suspensión total la actividad, fue el 15 de marzo, en el estadio de Castro Barros 75. Desde entonces fueron postergadas siete reuniones televisadas y las pérdidas para la entidad madre del boxeo ascienden a 1.960.000 pesos.
Hace muchos años, el fallecido José Sulaimán, por entonces presidente del CMB, hizo una polémica declaración. «El boxeo jamás morirá mientras haya pobres en el mundo», dijo. La crudeza y sinceridad con la que lo comentó no fue políticamente correcta, pero desnudó una realidad.
El boxeo en la Argentina tiene raíces que lo vinculan con la pasión y el espíritu deportivo, pero la realidad es que la necesidad económica es la que empuja a muchas personas humildes a calzarse los guantes y subirse al ring, a jugarse la salud por un puñado de pesos. Como la vida misma.