El hoy presidente de Estados Unidos fue el promotor de la histórica pelea por el título mundial de peso pesado en la que Mike Tyson venció a Michael Spinks al 1’ 31” del primer round.

Por Jorge Savia – ecos.la/UY/

La mayoría de las veces que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hace declaraciones públicas sobre temas internacionales de importancia, sus palabras suelen causar impacto.

En tal sentido, hasta se podría decir que ante ese tipo de casos, buena parte del mundo reacciona como lo hacía —sobre todo durante el transcurso del siglo XX— frente a épicas peleas en las que estaba en juego el título mundial de los pesos pesados.

Acaso, las expresiones en ocasiones intempestivas del presidente, el poderío y la extensión territorial del país al cual gobierna, y hasta la propia apariencia física —especialmente la estatura— del mandatario , contribuyen bastante a la formación de dicha imagen.

Sin embargo, el último 27 de junio, es una fecha adecuada para establecer que la citada asociación de ideas tiene un punto de contacto real en el pasado, donde Donald Trump no estuvo para nada ajeno al boxeo universal de alto rango, y mucho menos a la historia de las peleas por el título mundial de peso pesado.

Hace unos días se cumplieron 32 años de la pelea entre Mike Tyson y Michael Spinks, que fue la que hasta aquel momento movió la mayor cantidad de dinero en la historia del boxeo, al extremo de haber generado unos 70.000.000 de dólares, 10.000.000 más que los que había facturado el fabuloso combate que el 6 de de abril de 1987 protagonizaron en Las Vegas, Sugar Ray Leonard y Marvin Hagler.

Basta con recordar que se recaudaron 12.300.000 por la venta de 21.785 entradas, 21.000.000 por la compra de cajas de “Pay per view” (Pague par Ver) en 700.000 hogares, y 32.000.000 más por 800.000 boletos comercializados para mirar la pelea en salas de teatro en donde la transmisión televisiva llegó por circuito cerrado.

Por si todo eso fuera poco, la colosal velada en el marco de la cual se enfrentaron dos explosivos invictos, promovió ingresos del orden de los US$ 344.000.000 en las salas de juego de Atlantic City, 100.000.000 más que cualquier fin de semana común de aquellos años, vorágine económica en el marco de la cual el casino Trump Plaza, cuyo propietario era el actual presidente de EE.UU., tuvo una ganancia récord de US$ 11.500.000 en esa sola jornada en la que se celebró el combate.

Nada fue casual en torno al fenomenal negocio que hizo Trump en dicha oportunidad como promotor de boxeo y también poderoso empresario de las salas de juego de azar de su país, pues él fue justamente el promotor que organizó aquella velada que tuvo lugar en el Convention Hall de Atlantic City, ubicado enfrente al Trump Plaza, y no configuró un emprendimiento aislado de su parte.

Trump se asoció con Don King, el pintoresco y controversial promotor de los pelos erizados, y de esa forma patrocinó varias grandes peleas no sólo de Tyson, sino también de otras figuras estelares de aquella época como Larry Holmes y el extraordinario noqueador mexicano Julio César Chávez.

Su objetivo primordial en la década de los 80 fue el de trasladar hacia la costa Este de EE.UU. el redituable negocio que había representado desde los 70 el boxeo para los casinos y hoteles de Las Vegas, apuntando para ello a Atlantic City, la ciudad del estado de New Jersey que tiene atractivas playas sobre el Océano Atlántico.

Promovido con el nombre publicitario de “Una vez por todas”, y habiendo sido comparado en lo previo con “La pelea del siglo” que en 1971 protagonizaron Muhammad Alí y Joe Frazier, el combate del 27 de junio de 1988 organizado por Trump atrajo la concurrencia de artistas de la fama de Kirk Douglas, Jack Nicholson, Sylvester Stallone, Sean Penn, Warren Beatty, Chuck Norris y la propia Madonna, quienes estuvieron en primera fila del ringside para darle mayor brillo y glamour a una velada por cuya participación en ella Spinks cobró 13.500.000 de dólares y Tyson 22.000.000, la suma más alta percibida por un boxeador hasta que James “Buster” Douglas, quien después le sacaría el invicto el 10 de febrero de 1990 en Tokio, embolsó 25.000.000 cuando enfrentó a Evander Holyfield dos años más tarde.

Trump ofertó 11.000.000 de dólares para adjudicarse la organización del espectáculo, calculándose que obtuvo una ganancia personal de casi 4.000.000, además de los 11.500.000 que ese día entraron a la caja fuerte del casino de su propiedad, todo lo cual fue posible porque el hoy presidente de EE.UU. tuvo la visión empresarial de apostar fuerte al montaje a un “choque de trenes” muy esperado hace 32 años.

Tyson era el campeón del Consejo y la Asociación Mundial de Boxeo, y también de la Federación Internacional de Boxeo, título este último que Spinks había ganado y conservado al vencer a Larry Holmes en dos oportunidades, pero luego perdió afuera del ring porque en vez de defender su corona ante el retador natural, que era Tony Tucker, prefirió enfrentar en una pelea más lucrativa a Gerry Cooney, ex retador que había realizado tan sólo tres peleas en cinco años.

“Iron Man” (Hombre de acero), como le decían a Tyson, había ganado sus 34 peleas, 30 de ellas por nocaut, y Spinks -quien conquistó la medalla de oro de peso mediano en los Juegos Olímpicos de 1976- sumaba 31 triunfos en la misma cantidad de combates, de los que ganó 21 en forma anticipada.

Consecuente con tamaños antecedentes de sus protagonistas, aquel enfrentamiento de 1988 organizado por Donald Trump, que “The ring” -reconocida revista estadounidense especializada en boxeo- eligió luego como “la pelea del año”, es aún hoy la sexta pelea por el título mundial de peso pesado más corta de la historia, pues tras diez golpes conectados por Tyson y sólo dos de Spinks, después de la segunda caída de éste, la cuenta del árbitro Frank Cappuccinolo llegó al “out” y la dio concluida cuando apenas transcurría 1’ 31” del primer round.

Sí, bien se podría decir que Trump ganó 15.000.000 de dólares en 91 segundos, que fue lo que tardó Tyson no solamente en ganarle y sacarle el invicto a su rival, sino también en retirarlo, pues Spinks dejó el boxeo a los 31 años, cuando parecía tener cuerda para rato.

Otra velada de renombre a la cual Trump estuvo vinculado en primera instancia fue la que tuvo lugar el 19 de abril de 1991, también en Atlantic City, donde George Foreman y Evander Holyfield pelearon por el título mundial de los pesados; en esta ocasión, el hoy gobernante estadounidense iba a montar en el espectáculo en el propio Trump Plaza, pero el combate debió realizarse de nuevo en el Convention Hall, y promovido por el conocido Bob Arum, porque aquel —con la excusa de la llamada “Guerra del Golfo” —dejó de lado el emprendimiento cuando ya estaban firmados los contratos.

Lejos de haber sido un “outsider” en el boxeo, Trump ha estado siempre vinculado al mismo, incluso más allá de las muchas veces que lo hizo como empresario; por lo cual, entonces, no extrañó que el 2 de mayo de 2015 haya sido uno de los selectos espectadores que pagaron 15.000 dólares para ver desde la primera fila del ring side la muy esperada y promocionada pelea que Floyd Mayweather le ganó por puntos en el MGM Hotel & Casino de Las Vegas al filipino Manny Pacquiao.

Es más, Trump no sólo asistió a “mega espectáculos” multimillonarios como el promovido por la pelea Mayweather-Pacquiao, sino que también lo ha hecho a peleas de menor importancia, como la que —por ejemplo— el 17 de octubre de 2015 sostuvieron Gennadiy Golovkin y el canadiense David Lemieux en el mítico Madison Square Garden de New York, ocasión en la cual incluso se trasladó hasta la zona de los vestuarios para saludar al kazajo antes de su triunfo por nocaut al 1’ 32” del 8° round.

Aquella noche, precisamente, el actual mandatario estadounidense fue abucheado por gran parte de los concurrentes, pero eso quizá forma parte del rol que desempeñó buena parte del mundo boxeo en el camino que recorrió para llegar -contra el pronóstico de la mayoría- a la Casa Blanca.

Durante la campaña preelectoral, Mike Tyson y Don King, por ejemplo, manifestaron públicamente su apoyo a la postulación presidencial del candidato republicano, otrora promotor de veladas en las que el primero fue la figura estelar y el segundo —al igual que el boxeador —acopió dinero y fama en una proporción que ningún empresario lo había hecho antes.

Muhammad Alí, Julio César Chavez, Oscar De la Hoya y Bob Arum, en cambio, se expresaron abiertamente en contra de Trump, porque este en sus discursos se pronunció con mucha dureza al referirse a la política que, en caso de ser presidente de EE.UU., desarrollaría con respecto a colectivos muy numerosos dentro de la sociedad estadounidense, como son los que nuclean a los latinos y los afroamericanos.

Chávez, algunas de cuyas peleas más importantes tuvieron lugar en el Trump Plaza bajo la organización del actual gobernante, directamente pidió a los latinos el voto para Hillary Clinton, la candidata del Partido Demócrata, y se enemistó con el ex promotor después que éste anunció su intención —luego concretada— de levantar un muro a lo largo de la frontera de EE.UU. con México para impedir el ingreso ilegal de los mexicanos.

Alí, por su parte, salió también con firmeza al paso de la candidatura del candidato republicano, defendiendo los derechos de la comunidad musulmana, aunque esto no impidió que poco después, cuando el ex boxeador murió el 3 de junio de 2016, Trump emitiera un comunicado en el que resaltó la figura del otrora campeón mundial de los pesos pesados, a quien se refirió en forma laudatoria con los mismos términos con los cuales aquel se había autodefinido el día después de vencer a Sony Liston el 25 de febrero de 1964 en Miami: “El más grande”.

De la Hoya y Arum, en cambio, atacaron a Trump por otro flanco: al mostrar un encendido rechazo a la postulación del candidato republicano, captaron una mayor cantidad de público latino a las veladas que organizaban.

Arum, incluso, fue más lejos que el “Golden Boy”, al denominar con el nombre promocional de “No Trump” al segmento de peleas preliminares de la velada que organizó el 9 de abril de 2016 en el MGM de Las Vegas, donde el filipino Manny Pacquiao le ganó por puntos en decisión unánime al estadounidense Timothy Bradley.

Por todo eso, entonces, la figura de Trump en EE.UU. ha estado asociada al boxeo, no sólo por aquella velada de la gran pelea que Tyson le ganó a Spinks hace 32 años, y que al actual gobernante le permitió facturar —como promotor y empresario de las salas de juego de azar— alrededor de 15.000.000 de dólares en una sola jornada.

Tan es así, que no fueron pocos quienes compararon su victoria electoral del 8 de noviembre de 2016 con una de las mayores sorpresas que registra la historia del boxeo mundial: el gran triunfo que James “Buster” Douglas logró el 11 de febrero de 1990 en Tokio, al ganarle —y sacarle el invicto— al hasta entonces imbatible Mike Tyson, a quien venció por KO al 1’ 22” del 10° round.

En aquella ocasión, antes de la pelea, las apuestas estaban 42-1 a favor de Tyson, mientras que dos años antes de las elecciones de 2016 en EE.UU. las predicciones de ese tipo estaban 200-1 a que sería Hillary Cinton y no Donald Trump quien iba a obtener los votos necesarios para llegar a la Casa Blanca.