Fue uno de los más grandes boxeadores que entregó la rica hsitoria de este deporte en nuestro país. Dueño de un estilo único, se ganó un apodo que lo pintaba de cuerpo entero: Intocable. Y un 2 de septiembre, pero de 1939, nacía en Tunuyán, Mendoza, el querido y recordado Nicolino Locche.
No hay dudas de que fue distinto de todos los demás boxeadores. Se caracterizó por su gran defensa, fundamentada en su habilidad para desplazarse en forma rápida y ligera dentro del ring y eludir los golpes del rival -la cual le adjudicó su apodo de Intocable- y sus ataques efectivos e inesperados. Fue el primer boxeador de su país que logró llevar público femenino a sus combates, y hoy en día es considerado un símbolo del boxeo argentino junto a Carlos Monzón, Pascual Pérez y Ringo Bonavena.
No bailaba ni saltaba, evitaba los golpes a menos de cincuenta centímetros del punto de partida de los puños de sus enfurecidos rivales. Para ello elegía un lugar del cuadrilátero, preferentemente las sogas, apoyaba allí su espalda para elastizar el espacio hacia atrás, movía el torso, quitaba la cabeza del radio comprometido hacia ambos laterales y tras «veinte golpes» del adversario, lo palanqueaba con sus puños o antebrazos hasta amarrarlo y provocar el clinch.
Después, recién después y luego de la participación del árbitro, se desplazaba con tres pasos cortos y acelerados hacia atrás o hacia el costado en una actitud inequívocamente chaplinesca.
La popularidad del Intocable comenzó a crecer, llenando el Luna Park en cada una de sus presentaciones. Fue quizás el primer boxeador que atrajo público femenino a dicho estadio, ofreciendo más que boxeo: Locche daba espectáculo. Nicolino fue algo así como un showman del ring, capaz de cruzar palabras con algún reportero gráfico mientras bloqueaba golpes entre el encordado. Si hasta parecía que se burlaba de sus oponentes cuando les ponía la cara, para luego hacerles errar ráfagas de cuatro o cinco golpes. Tras eso, les palmeaba la cabeza como excusándose. Un artista, un genio, un mago del cuadrilátero.
Después de ganarle el título argentino a Jaime Giné en 1961 y, al brasileño Sebastiao Nascimento, el título sudamericano de los wélter junior (hasta 63,5 kg) en 1963, Nicolino fue conquistando a un público que, al principio, no aceptaba su estilo. Lo resistían los ortodoxos por entender que eso «no era boxeo, era circo».
Pero cuando fueron desfilando Joe Brown, Ismael Laguna, Carlos Ortiz, todos ex campeones mundiales recientes, a la mitad de los años 60, Buenos Aires le dio la bendición y se convirtió en el tercer ídolo indiscutido del boxeo argentino: Justo Suárez («El Torito» de Cortázar), José María Gatica («El Mono» de Leonardo Favio) y ahora Nicolino, quien es anterior a Ringo y a Monzón.
El 12 de diciembre de 1968 llega al auge de su carrera deportiva y se consagra campeón mundial venciendo a Takeshi Fuji en Tokio, Japón. Esa pelea fue una obra de arte. El japonés, entonces campeón, se enfrentó con un rival sumamente incómodo como lo era el argentino, dueño de un estilo basado en una cintura prodigiosa.
Fue una exhibición sensacional, con nueve asaltos en los que el mendocino esquivaba todo lo que tiraba su oponente, al tiempo que golpeaba con justeza. Un Locche pleno que demostró que, entrenado, podía hacer todo lo que quisiera sobre el ring: divertirse como lo hacía en Buenos Aires, o pelear como se imponía ante un campeonato del mundo. Abatido y destruido psicológicamente, con lesiones en los ojos, el japonés nacido no salió en el décimo round y dejó el título en manos de su rival, quien se convertía en el tercer campeón mundial argentino.
Defendió su título seis veces: ante Manuel Jack Hernández, Carlos Hernández, João Henrique, Adolph Pruitt, Antonio Cervantes y Domingo Barrera Corpas, pero el 10 de marzo de 1972 perdió la corona por puntos en Panamá contra Alfonzo Frazer. Un año después intentó recuperarla sin éxito y decidió retirarse en 1976.
Fuente: depo.com.ar