Tenia 63 años. Había sido internado la semana pasada en terapia intensiva, con insuficiencia respiratoria y coronavirus. El cordobés fue tres veces retador al título mundial en la década del 80. QEPD, campeón

Por Ramón Gómez / Clarín

El boxeo argentino está de luto. Perdió a otra de sus leyendas, protagonista de inolvidables veladas y tres veces retador por títulos mundiales contra rivales de la elite. Juan Domingo «Martillo» Roldán murió este miércoles en Córdoba a los 63 años por las complicaciones derivadas de un coronavirus que lo afectó seriamente al ser diabético, hipertenso y obeso.

Para los más jóvenes, su nombre puede pasar inadvertido. Probablemente no tienen idea de que está asociado inequívocamente con una gran época del boxeo argentino, allá por mediados de los ochenta, con él como habitué de las mejores peleas en Las Vegas.

Ya pasó mucho tiempo de aquellos combates épicos, pero Martillo será siempre prócer, sobre todo en Freyre y en San Francisco, sus lugares en el mundo.

Todos lo recuerdan como “un gordo bueno” que a los 14 años tuvo la osadía de pelear contra un oso en un circo. También lo señalaban como “el tambero». O como aquél que combatió contra las aguas cuando hubo una inundación en Freyre. Son pocos los que hablaban de cuando Martillo estuvo a punto de ser campeón del mundo en un tiempo en que los medianos, más que una categoría, era una constelación.

“La suerte no me ayudó”, se lamentaba Roldán ante Clarín, el año pasado, mientras tomaba un café en un bar de San Francisco.

Aprendió mucho de Amilcar Brusa, allá en Santa Fe, donde dio sus primeros pasos como aficionado. Sin embargo, su «padre» de la vida fue Juan Carlos Lectoure. Por eso no quería saber nada con pasar siquiera por la vereda del Luna Park.

“Porque se me pianta un lagrimón. Hay personajes que no merecen morir y ese fue Tito. Se murió y prácticamente desapareció el boxeo en la Argentina”, contaba con los ojos enrojecidos.

«Todo lo que tengo se lo debo a mi viejo y a Lectoure. Por eso cuando a Tito le hicieron un homenaje no fui, porque había gente falsa que no merecía estar en ese acto. Tito fue todo para mí. Una vez, recuerdo, me estaban dando una paliza impresionante y yo me quería ir del ring. Pero Tito no quería saber nada. Me gritaba desde el rincón que no me rindiera, que tenía todo para ganar. Por eso, lo extraño. Siempre estuvo a mi lado», decía.

Roldán tuvo 75 peleas como profesional. Ganó 67 (47 antes del límite), perdió 5 -cuatro fueron por nocaut- y las dos restantes terminaron sin decisión. En 1981 fue campeón argentino de los medianos y dos años después se consagró monarca sudamericano. Ese fue el trampolín para pelear contra los mejores del mundo en distintos escenarios de Las Vegas, la meca del boxeo en los 80.

Tumbó en el sexto round a Frank Animal Fletcher en el Caesars Palace y así se ganó el derecho a pelear en 1984 por el título mundial contra Marvin Hagler el Riviera Hotel & Casino.

Fue el primer hombre en tirar a la lona a Marvelous luego de un discutida caída, aunque finalmente perdió por nocaut técnico en el 10° asalto en una pelea inolvidable.

Martillo se agrandaba cuando recordaba que en el Hilton de Las Vegas también tiró a la lona en 1987 a Thomas Hearns, aunque la historia también terminó mal porque La Cobra lo noqueó en el cuarto round.

Aseguraba que no fue campeón del mundo “porque había grandes boxeadores y faltó un poquito de suerte”. Y, entre recuerdo y recuerdo, no se olvidaba de Bob Arum, legendario promotor estadounidense, quien también le dio una mano en su carrera.

Pese a las derrotas con Hagler y Hearns, Roldán nunca se rindió y siempre fue al frente. Hasta en el último intento en 1988 frente al estadounidense Michael Nunn, con quien peleó por el título de los medianos de la Federación Internacional de Boxeo. Fue nocaut 8 para el hasta entonces invicto. Por esa paliza dejó el boxeo. Y no se ruborizaba a la hora de admitirlo.

Roldan siempre fue solidario. Nunca se resistía a ayudar a una iglesia, un comedor o una escuela. Siempre fue tambero, pero aseguraba que no sabía ordeñar. “Desde chiquito mi viejo me metió en el tambo”, reconocía.

Pero la gran anécdota de su vida fue cuando peleó con un oso. “A Freyre llegó un circo y mi papá me dejó ir. Al término de la función, el dueño pidió si alguien se animaba a pelear con el oso. Si ganaba, le daba tanta plata; y si empataba, otro dinero. A los dos nos pusieron guantes especiales porque el oso me podía lastimar. El resultado fue empate», contó.

«Cuando llegué a mi casa, mi viejo me estaba esperando y me preguntó por qué me había demorado. Le conté y le di el dinero. Me cagó a cachetadas, me quitó la guita y me mandó a dormir. Al otro día me despertó para ordeñar. De esa paliza no me olvido más: me hizo más hombre”, rememoró con una sonrisa el orgulloso hincha de Sportivo Belgrano.

Roldán fue secretario de Deportes de Frontera, una localidad cercana a San Francisco. Les enseñó a boxear a chicos “para sacarlos de la calle”. Este Martillo fue uno de los boxeadores que más gente convocaba en Córdoba, porque llevaba miles de seguidores a Redes y Juniors.

“Es que a la gente le encantaba que fuera al frente y buscara el nocaut desde el primer asalto”, rememoraba con una sonrisa cómplice.

Martillo era un gordo feliz. Y también una leyenda. Se reía cuando decía que era de poco comer. “Pero cuando me junto con mis amigos soy capaz de comerme una vaca entera”, aclaraba. Y no mentía.

Adiós a un grande. El boxeo lo extrañará.

Córdoba. Corresponsal.