Los dos habían pasado hambre y habían crecido en medio de las dificultades, pero esa noche concitaron la atención de millones de personas alrededor del mundo, y cada uno se llevó una bolsa de dos millones y medio de dólares.

Por Cherquis Bialo / Infobae

Qué bello aquel tiempo en el cual el boxeo paría héroes y mitos.

Nos quedaban cerca, casi dentro nuestro sus nombres y sus historias. Sabíamos de ellos y disfrutábamos al escribir sobre sus frustraciones y sus proezas. Antes y después de cada combate, cada uno de ellos era el protagonista de su propia historia. Y ellas tenían el origen de la niñez sombría, de la adolescencia dolorosa y de la juventud incierta. El boxeo era una alternativa que les ofrecía la vida, acaso la más decente, la más digna para tener nombre y apellido; presente y futuro.

Fueron muchos de aquellos episodios los que se eternizaron como inequívocos referentes de época. Los 70 fueron los años de Muhammad Alí a quien le quitaron la corona mundial obtenida y ratificada ante Sonny Liston –el peso pesado apoyado por la Mafia- al negarse a cumplir con el servicio militar en plena guerra de Vietnam. Eso ocurrió en el 67 y tres años después de la sanción regresó a los rings abandonando para siempre su nombre de nacimiento que era Cassius Marcellus Clay.

Muhammad realizó dos peleas en 1970: la primera fue contra el granítico”irlandés” Jerry Quarry a quien noqueó en 3 vueltas y la segunda frente a nuestro Oscar Ringo Bonavena al que le ganó en histórica pelea tras provocarle tres caídas en el 15° asalto.

Joe Frazier, medalla dorada en Tokio 64, era el campeón mundial pues le había ganado la corona vacante que dejó Alí a un ex sparring de éste: Jimmy Ellis. Pero además Alí y Frazier, tenían muchos derrotados en común, cual curiosa simetría en sus campañas. Por citar solo unos pocos ejemplos, ambos les habían ganado a Buster Mathis, George Chuvalo, Doug Jones y Ringo Bonavena.

Lo que diferenciaba a Muhammad de Smoking Joe (le decían así a Frazier porque de sus anchas fosas nasales parecía salir humo cuando exhalaba) eran los estilos. Tal como se recuerda Muhammad era piernas ágiles en dinámico e imprevistos movimientos, fenomenal jab de izquierda e implacable gancho de derecha. Joe, en cambio, era un atacante frontal de muy fuerte pegada que por ser poco resistente a los golpes a la mandíbula peleaba pegado al rival sin dejar de tirar golpes jamás. Resultaba muy difícil sostener su ritmo de pelea franca y es por ello que Muhammad debía pelearle siempre desde lejos.

Fue una noche inolvidable, se diría la noche de la mejor pelea de pesados de la historia. Y el dinero generado por el evento marcó un nuevo orden en el negocio del boxeo. Aquel combate fue subastado entre los empresarios interesados el 30 de Diciembre de 1970. La mejor oferta era del Astródromode Texas que garantizaba una bolsa de 600.000 dólares para cada boxeador. No existían aún ni Arum, ni Don King . Y apareció un empresario teatral de gran prestigio y enorme fortuna: Jerry Perenchio, representante de cien notables figuras de Hollywood encabezadas por Marlon Brando y Elizabeth Taylor y dueño de “media” Malibú, California. Perenchio – quien falleció en 2017 dejando un patrimonio de 2.800 millones de dólares- era a la vez el fundador de Univisión y otras empresas de comunicación y su oferta fue inigualable: 2.500.000 dólares para cada boxeador a abonar en cuotas anuales garantizadas para que Alí y Frazier paguen menos por sus impuestos

Cuatro años después de la gran pelea, ya empezó a tallar Don King como promotor, en la foto entre Muhammad Ali y Joe Frazier en una promoción en Nueva York.

Cuatro años después de la gran pelea, ya empezó a tallar Don King como promotor, en la foto entre Muhammad Ali y Joe Frazier en una promoción en Nueva York (AP Photo/File)

Fue así que el mítico Madison Square Garden se convirtió en un escenario alquilado con obligaciones de ofrecer su logística y su organización por los cuales cobró el 15% de los 22 millones que por todo concepto generó este inolvidable combate. A esta pelea fueron 19.578 personas y fue televisada por CBS para USA comentada por el gran actor Burt Lancaster (“De aquí a la eternidad”, “Elmer Gantry”). Además fue en directo a 26 países – para Argentina la transmitió Canal 13- , en diferido a otros 18, fue vista en más de 1.000 salas cinematográficas de los Estados Unidos y 33 teatros del Reino Unido, país al cual el combate llegó a partir de las 4.30 de la madrugada.

Ese inolvidable maestro que fue Emilio Lafferranderie (El Veco), a quien tantas enseñanzas le debo, escribió en El Gráfico esta maravilla:

“Dos negritos que en Louisville (Kentucky), el primero y en Beaufort(Carolina del Sur), el segundo, tal vez se pelearon por un sandwich, tal vez no alcanzaron jamás el tranco de los camellos de enero y que más de una noche se fueron a acostar con un beso por todo bocado, con la mancha del hambre que siempre duele más en el alma que en el estómago. Esos dos negritos que se criaron en los colmenares de dos conventillos son los que conmueven a todo el mundo en esta en esta noche del 8 de marzo. Esos dos negritos han hecho el milagro de convertir a una pelea en un segundo de la historia que será visto por mayor cantidad de gente después del primer alunizaje. Pienso en esos dos negritos que veinte años después le hacen pagar los precios más altos de la historia a los pudientes del mundo blanco y que han determinado esta división del mundo negro de los Estados Unidos, no sólo por la bifurcación natural de las simpatías deportivas, sino en otro orden. Cassius Clay, antibélico, discursivo, hombre de labios para afuera, recogió las banderas agresivas del asesinado Malcom X, mientras Joe Frazier, parquedad, silencio, levanta los pendones pacifistas del también inmolado Martin Luther King.-

Casi un cuadro: Clay sentado en un instante antes de golpear la lona bajo la mirada del parco y amenazatne Frazier, pintado en 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York.

Casi un cuadro: Clay sentado en un instante antes de golpear la lona bajo la mirada del parco y amenazatne Frazier, pintado en 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York.

Esta fue la primera de las tres peleas que enfrentaron a Frazier y Alí constituyendo un clásico de la historia del boxeo mundial que terminó destruyendo a los dos, pues en cada pelea, se “mataron”: Alí se impuso en 2 y Frazier en 1. Y fue ésta en la que los jurados en un fallo controversial y discutido vieron ganar a “Smoking” Joe por puntos al cabo de los 15 asaltos sustentado en la caída que sufrió Alí en el último round. El Veco, enviado especial de El Gráfico tituló en su crónica original “Tres jurados derribaron a una estatua”. Iba escribiendo desde el propio Madison, bajo emoción, para cumplir con la hora del cierre de una edición que esperaba esa nota para salir a la calle. Las opiniones estaban divididas – aún hoy, 50 años después- y la dirección de la revista a cargo de otro grande del periodismo como Carlos Fontanarrosa – recuerdo y gratitud maestro – modificó el titulo e indicó corregir el texto pues él y sus amigos consultados estuvieron convencidos que Frazier había sido el legitimo ganador. Pero tal corrección hubo de llevarse a cabo a la mañana siguiente del combate, cuando ya se habían impreso los primeros 10.000 ejemplares destinados a Córdoba. Fue entonces que la crónica cambió algunos pocos giros de ponderación a Alí, reconoció otros a Frazier y el título que era “Tres jurados derribaron a una estatua”, pasó a a ser: “Cayó una estatua” y decía así:

¨Los gritos de todos. Los hombres arriba. El murmullo de todos. Campana. Campana histórica. Ellos y nosotros. Ellos dos y todos nosotros. Y empieza la historia. Ya no vale nada. Ellos y nosotros. Y Frazier que pega. Arriba y abajo. Abajo y arriba. Y el arte de Clay, que espera y espera. Que traba. Sereno. Y siempre es Joe el que va al ataque. La cabeza al frente. Sacando cien manos. La zurda y la zurda. Sin genio. Sin arte. Pero pega y pega. La cabeza al frente. Abajo y arriba. Arriba y abajo. Esa es la pelea que estaba prevista. La que ya descontaban todos los pronósticos. Todas las apuestas. El instinto puro que apenas si piensa. El hombre sereno. ¿Qué sabe Joe? Todo lo que el instinto piensa. Todo lo que vive en esa fiereza por ir siempre al frente. Para destrozar la imperturbable serenidad de ese gigante de ojos abiertos. Que todo lo que tiene previsto. Que todo lo que adivina. Que tiene mil golpes en sus puños sabios. Que espera. Que enrieda. Que agacha. Que acomoda. Y saca la zurda. También la derecha. Derecha e izquierda. Izquierda y derecha. Pero gana Joe. Gana todo el indomable ímpetu de Joe

Cuando la campana cierra la cuarta vuelta ya está Joe ganando en el puntaje. Recién en el quinto aparece su arte. Las piernas que bailan. Allí recién aparece toda su enorme y abrumadora sabiduría. Y ese uno-dos que encuentra siempre la cara de Joe. Y ya en el séptimo es Cassius en todo el esplendor de su talento. Esa zurda en punta que pretende borrarle la cara a Joe. Allí, recostado sobre las sogas. En la actitud displicente, casi sobradora. Como si se deleitara con esa impotencia de Joe para sacar los brazos. Para buscarle los flancos.

Pero Joe quiere. Quiere siempre. Joe sabe que sólo puede ganar pegando. Sacando la zurda. Arriba y abajo. Aunque la zurda salga abierta. Aunque sea una zurda que no está en los libros de arte. Y sabe que muere en esa pausa que Cassius le impone. Que se ahoga frente a esa zurda que le frota la cara. Por eso lo saca vigorosamente de las cuerdas como si quisiera obligarlo a la pelea. A la única pelea que alienta en el instinto indomable de Joe. Y Clay sigue inmutable. Sigue con los ojos abiertos. Y la zurda en punta. Y el revés del guante que impone distancia. Y ya es Clay en toda su grandeza. Es el gran maestro. Y es la gran pelea. La que estaba en la historia desde antes. Cerebro e instinto. –

Por eso pega después de la campana del octavo. Para sacarlo a Cassius de su flema. Para irritarlo, para cambiarle cien golpes mal tirados por otros cien sabios. Y por eso gana Joe. Porque sigue buscando siempre la pelea. Ya prevalece Joe. La serenidad de Clay parece un subterfugio. Undécimo round. Dos violentos

zurdazos de Joe que encuentran la cara de Clay. Y los dos son netos. La sabiduría de Clay se desmorona. Ya advierto la elocuencia de esa mueca que se hace presagio. Sólo el oficio es lo que aflora. Su gran oficio. A ese final que se insinúa en su andar lento. En esas manos que buscan el recurso póstumo del clinch. En esas piernas que no bailan. Y se va sentido. Y vuelve sentido en el undécimo. Ya no hay reservas para “sobrar”. Casi treinta y seis minutos de pelea. Y además de los golpes que cuentan está el cansancio que dobla las piernas. Que impide levantar los brazos. El mismo cansancio que también va paralizando a Joe. Que se advierte en dinámica lenta. En esa resignación para apoyarse en el cuerpo de Clay. En esos brazos que ya perdieron el ritmo. Y esa es la mente glacial de Clay la que siempre encuentra la tregua para ordenar el pensamiento. Es el final del duodécimo que lo sorprende otra vez bailando. No hay potencia ya en ninguno de los dos. Pero en Joe sigue alentando su convicción.-

Pega mejor Clay en el decimotercero. Pega con más claridad. Ya no conmueve. Pero gana el round. Gana, aun cuando los dos están muertos. Aun cuando los dos quieren el cuerpo a cuerpo como bálsamo para todo el cansancio acumulado. Y vuelve la postura clásica de Clay en el penúltimo. No alcanza para ganar. No alcanza ni siquiera para descontar, pero se prolonga su enorme dimensión de boxeador. Son los últimos estertores de su razón. La muerte de su oficio, que ya apenas sirve para sobrevivir a ese torbellino de golpes que nunca se paraliza. Y en la apertura del epílogo, la zurda de Joe que entra neta. La caída espectacular de Clay. El cerebro que ya no gobierna. La lona que ya marca su derrota. Y se levanta. Se yergue groggy. Vencido. Los brazos abajo. Las piernas duras. Estáticas. Ahora es la memoria que lo protege. Es la lección aprendida que gobierna sus manos. Que maneja las piernas. Y Joe pega. Que saca los brazos en la entrega postrera. La historia que ya empieza a escribirse. Ellos dos y todos nosotros. Todo el silencio. Todo el drama. Y cae Clay. Joe que pega. Que sigue pegando. Y el oficio que vuelve. El cerebro que otra vez funciona. Apenas funciona. Pero manda, aconseja, ordena. Y Clay se sostiene en toda su conmovedora dignidad. Es el hombre que quiere morir erguido. Y así se va: erguido. No le alcanzó el cálculo. No le alcanzó la frialdad del cerebro. Ni el oficio, ni el arte. Toda la razón estuvo en el vigor de Joe. En esos dos puños que nunca se paralizan. Así será la historia. Tal vez ni hacía falta esa caída de Cassius para decretar su derrota. Ya había perdido de antes. El instinto ganador de Joe ya quería la victoria desde que sonó la primera campanada… Desde que empezó la noche. Esta noche inolvidable que ellos dos repartieron con nosotros…-

Puedo cerrar los ojos y recordar aquella pelea, la pelea irrepetible aunque Muhammad y Joe se simbiotizaron en los otros dos combates posteriores en los cuales ambos dejaron parte de su salud pues ellos eran algo más que adversarios, eran inexplicables enemigos. Y aunque Frazier ayudó económicamente a Alí mientras estuvo sancionado y Alí siempre sostuvo que Joe fue un ejemplo de dignidad sobre el ring, murieron sin abrazarse.

El medio siglo transcurrido permite afirmar que estos dos “negritos” que hoy son estatuas y recuerdos, que se pelearon por un sandwich, que tal vez no alcanzaron jamás el tranco de los camellos de enero y que más de una noche se fueron a acostar con un beso por todo bocado, con la mancha del hambre que siempre duele más en el alma que en el estómago. Esos dos “negritos” que se criaron en los colmenares de dos conventillos son los que conmovieron a todo el mundo pues ellos ofrecieron la mejor pelea del siglo.